Encantos. 1

Una sonrisa se dibujó en su rostro al verla sentada en una mesa de la esquina, junto a la ventana con vista al jardín central del lugar, la imagen era perfecta; ella, distraída, hojeando el menú con una expresión de tranquilidad que a él le resultaba irresistible.

— ¿Qué más te compraste, preciosa? — preguntó Owen al sentarse frente a ella, señalando la bolsa a su lado.

— Dos chaquetas y otras cositas más. — respondió Edneris, mordiéndose el labio inferior con una sonrisa traviesa.

— Está bien, después de almorzar vamos a una joyería, quiero comprar algo... — se acomodó mejor en el sillón, inclinándose hacia ella — ¿Ya pediste algo? — le acercó el menú con suavidad.

— Solo una bebida, decía que era té de chocolate con burbujas. — contestó mientras se frotaba las manos, tomando el otro menú.

— Ese es bueno ¿Hay algo que se te antoje comer en especial? — preguntó sin apartar la mirada de ella.

— La verdad no tengo mucha idea de la comida japonesa, me gusta la china, pero lo único que conozco son los Miami roll. — dijo, hojeando las páginas sin mucha convicción.

— ¿Me dejas ordenar por los dos? — ofreció, atento a no imponer sus preferencias.

— Sí, tú sabrás qué es lo bueno. — respondió, dejando el menú para buscar una goma del cabello en su cartera.

— Sí, yo sé lo que es bueno, por eso deberías ser tú el almuerzo. — comentó con una media sonrisa, observando cómo ella lo miraba por encima del hombro mientras comenzaba a hacerse una coleta.

— ¿Quieres comerte mis huesitos? — preguntó con tono juguetón.

— Creo que pediré una bandeja surtida de sushi para que pruebes de todo un poco, también creo que te gustarán las gyozas. — respondió él, tratando de evadir lo que ella acababa de insinuar, aunque su rostro lo delataba.

— No ignores mi pregunta. — dijo Edneris, entrelazando los dedos y apoyando los antebrazos sobre la mesa, seria, pero sin perder el brillo en los ojos.

— No es momento para que escuches la respuesta. — dijo Owen, bajando la mirada al menú de nuevo.

— ¿Por qué? ¿Por qué acabo de terminar con Isaac o porque estoy malinterpretando las cosas? — ladeó la cabeza con ligereza, buscando una señal más clara.

— Porque recién acabas de enterarte de que tu hermana se estaba acostando con tu exnovio, no estás malinterpretando nada... — levantó finalmente la mirada para verla directo a los ojos — Soy yo quien está haciendo comentarios imprudentes en un momento inadecuado, no te culparía si eso te molesta. — agregó, dejando caer ligeramente los hombros.

— Entonces creo que tenemos un problema, porque a mí no me molesta. — murmuró ella, apretando los labios con una mezcla de alivio y complicidad, finalmente, podía respirar tranquila sabiendo que no estaba leyendo mal las señales.

Ambos giraron la cabeza al ver a la mesera llegar con la bebida que había pedido Edneris, la joven se disculpó con insistencia por la demora y como compensación por la tardanza, les ofreció unas gyozas cortesía de la casa, Owen aprovechó la ocasión para pedir una orden de sushi variada, deseando que Edneris pudiera probar de todo un poco y, si en el futuro volvían, se animara a pedir lo que más le hubiese gustado.

— ¿Te gustó ver la fábrica? — preguntó Owen, aprovechando la pausa para cambiar de tema.

— Sí, es la primera vez que veo algo así y me pareció muy interesante, excepto por la secretaria, la bruja dijo que dejara la puerta abierta para que no se perdiera nada de tu oficina. — comentó Edneris con cierta molestia, haciendo que él se echara a reír.

— Me imaginé que haría algo como eso, he tenido entrevistas con chicas y ella siempre interrumpe bastante. — dijo, tomando los palillos para agarrar una gyoza.

— Cuéntame cómo montaste esa fábrica. — pidió Edneris con genuino interés, imitando su gesto con los palillos y apoyando la barbilla en su mano libre.

— No fue tan legal la forma en que la monté, el mismo día que cumplí dieciocho años, mi madre me sacó a patadas de la casa sin dejarme llevar nada, tuve que llamar a la policía para poder sacar mis cosas y todo el tiempo ella se hacía la víctima frente a los oficiales. — relató Owen con una mezcla de resignación y frialdad.

— ¿Por qué te sacó? — preguntó Edneris, con los ojos abiertos por la sorpresa, sus edades eran distintas, pero sus historias familiares empezaban a resonar entre sí.

— Porque tiene problemas mentales, desde que recibimos a Isaac en casa, algo se fracturó más en su cabeza y comenzó a odiarme sin razón. — se estremeció apenas al sentir la mano de Edneris posarse sobre la suya con suavidad.

— ¿Y cómo saliste de eso? — dejó los palillos a un lado, quería escuchar cada palabra sin distracciones.

— La policía me ayudó a sacar mis cosas, lo que mis padres no sabían es que mi abuelo me había regalado su colección de relojes Rolex, saqué solo lo esencial y terminé empeñando dos de esos relojes para conseguir algo de dinero, con un amigo empezamos la idea de montar una fábrica de materiales para construcción, entre los dos reunimos veinte mil dólares y lo invertimos todo... — Owen tomó una de las gyozas, y en lugar de comérsela, la llevó con delicadeza a los labios de Edneris, ella lo miró con asombro, pero la aceptó sin decir nada — Fueron tres meses muy duros; hambre, frío y hasta dormí varias semanas dentro de la fábrica porque no podía pagar una renta, pero poco a poco conseguimos clientes, empezaron a confiar en nosotros y la fábrica creció, de una máquina pasamos a dos, luego a cinco, hasta lo que es ahora, mi amigo recuperó su inversión y decidió retirarse. — Owen hizo una pausa.

La expresión de Edneris lo desarmó por completo, sus ojos no solo reflejaban asombro, sino comprensión profunda, esa que solo alguien que también ha tenido que luchar contra el abandono puede ofrecer y eso, sin que ella dijera una sola palabra, le hizo temblar el corazón.

— Espero que hayas podido recuperar los relojes que empeñaste. — murmuró Edneris, comenzando a apretarle suavemente la palma de la mano.

— Solo pude recuperar uno, el otro no... — Owen bajó la mirada y la comisura izquierda de sus labios cayó con tristeza — Se me pasó el plazo y la casa de empeño se lo terminó quedando. — ese momento le dolía, pero ya no tanto.

— No imaginé que tu madre fuera tan mala. — dijo Edneris, intentando comprender, al menos sus propios padres le habían cortado el financiamiento cuando ya trabajaba y tenía una oportunidad de salir adelante.

— Siempre tuvo problemas mentales, pero con lo del bebé en casa, incluso tuvo que ser internada en un hospital psiquiátrico, pasó casi dos meses encerrada, culpándome de todo. — dijo él, retomando los palillos para seguir comiendo, aunque con menos ánimo.

— ¿Por qué te culpaba? — preguntó Edneris con suavidad, pero al instante se sintió incómoda — Una metida de pata de adolescente con una novia no creo que sea como para odiar a un hijo. — al ver cómo los ojos de Owen se nublaban ligeramente, supo que había tocado un punto delicado.

— Ella no era mi novia... — dijo con un tono seco y cargado de amargura — Era mi niñera, me cuidó desde que tenía ocho años y ella trece, mis padres conocían a los suyos y confiaban en ella, pero cuando cumplió dieciocho, empezó a traspasar los límites conmigo. — tragó saliva con dificultad, cada palabra parecía pesarle más que la anterior.

— Eras solo un niño... — musitó Edneris, sintiendo un nudo formarse en la garganta — Esa tipa abusó de ti. — apretó un poco más su mano.

— Mis padres no me creyeron cuando les dije que ella me había forzado... — continuó él, sin levantar la mirada — Dijeron que todo fue mi culpa, que me acosté con ella porque quise, aun teniendo marcas de arañazos en el pecho, fue una experiencia horrible y peor cuando me dijo que estaba embarazada, le supliqué que abortara, incluso reuní el dinero para dárselo, pero nada de eso sirvió, tuvo al bebé y lo dejó en la puerta de la casa con una nota, decía que era muy joven para arruinarse la vida con ese 'paquete'. — hizo una pausa, la tensión en su rostro hablaba más que sus palabras — A los catorce años... — continuó con voz baja — Ya estaba cambiando pañales y desvelándome con los llantos de un bebé. — al levantar la vista, se encontró con los ojos cristalinos de Edneris.

Ella no había dicho nada, pero un par de lágrimas silenciosas habían rodado por sus mejillas, como si el dolor que él acababa de confesar hubiese sido también suyo.

— Perdón... Me... Me cuesta creer que en esta vida haya tantas personas malditas. — murmuró Edneris, secándose las mejillas con las yemas de los dedos.

— Eso pasó hace mucho tiempo, no tienes por qué ponerte así... — dijo Owen con voz tranquila — Al menos aprendí una gran lección; no puedes confiar ciegamente ni siquiera en tu propia familia. — se inclinó un poco sobre la mesa y, con ternura, le tomó el rostro entre las manos para darle un beso suave en la mejilla.

— ¡Es que eras un niño! — exclamó Edneris, con la voz rota — No puedo creer que tus propios padres te culparan a ti ¡Debieron meter presa a esa bestia! — entonces rompió en llanto, desconsolada, con el corazón oprimido por la rabia y la tristeza al imaginar la horrible experiencia que él había vivido en silencio por tantos años.

— Edneris, no quiero verte llorar... — le dijo Owen con dulzura, moviendo los platos a un lado para alcanzarla mejor y poder consolarla sin tirar nada — Estoy bien, han pasado veinte años desde aquello, lo superé con terapia. — beso sus mejillas.

— ¿Isaac sabe todo eso? — preguntó ella con un hilo de voz, esforzándose por calmarse.

— Sí, lo sabe, nunca le oculté nada... — asintió con serenidad — Además de eso, fue testigo de los arranques violentos de mi madre, vivió muchas cosas también. — con suavidad, le limpió las lágrimas que seguían deslizándose por sus mejillas.

— Y todavía se atreve a recriminarte, a verte como un mal padre después de todo lo que te has sacrificado por él... — murmuró Edneris, con impotencia, a veces la vida era cruel con quienes menos lo merecían.

— Nena, deja de llorar, por favor, van a pensar que te estoy terminando o algo así. — intentó bromear, en voz baja, mientras volvía a secarle las lágrimas con los dedos.

— ¡Perdón! — respondió ella entre risas y sollozos, limpiándose las mejillas una vez más — Es que no lo puedo evitar. — justo en ese momento, la mesera llegó con la comida.

Puso la tabla de madera cuidadosamente sobre la mesa con los diferentes tipos de rollos de sushi, algunos cortes de salmón fresco y las respectivas salsas, al ver el rostro de Edneris aún humedecido por el llanto, la chica se quedó unos segundos en silencio, algo confundida.

— Aquí tienen sus platos... — dijo finalmente con cortesía, dejando también la bebida de Owen sobre la mesa — ¿Todo está bien? — pregunto, pensando en que tendría que ofrecer un postre de consuelo.

— Sí, muchas gracias. — respondió Owen con una sonrisa amable.

La joven asintió y, sin más, se retiró discretamente, dejándolos de nuevo a solas.

— Me acaban de juzgar porque estás llorando. — murmuró Owen, apretándole una mejilla con algo de humor.

— No me aprietes los cachetes, no me gusta. — protestó Edneris, frunciendo la nariz mientras se sobaba.

— Vamos a comer, tenemos que hacer otras compras y después volvemos a casa. — dijo él, tomando los palillos y acercando la tabla hacia ellos.

— ¿Eso está crudo? — preguntó Edneris, arrugando un poco la frente al observar el salmón.

— Es salmón, sí, pero no tienes que preocuparte porque esté crudo, este es un restaurante de cuatro estrellas y tienen muchísimo cuidado con la calidad y el manejo. — respondió con paciencia, comprendiendo que era nuevo para ella.

— Mis padres siempre fueron estrictos con la comida... — comentó con cierta nostalgia — Si no era algo que a ellos les gustaba, nosotras no éramos escuchadas, eso y que, además, son un poco racistas. — tomó los palillos y con algo de torpeza atrapó un pedazo de salmón.

— En salsa de soya sabe mejor. — le sugirió Owen, acercándole el pequeño recipiente con delicadeza.

Él no pudo evitar sonreír con cierta ternura al verla dudar un poco, pero finalmente se animó a sumergir el trozo de pescado en la salsa antes de llevarlo a su boca, la expresión que hizo le dijo todo, no le encantaba el sabor, pero se lo comió entero sin quejarse, quizás por curiosidad, o por él. De una conversación pasaron a otra y luego a otra más, como si nada pesara demasiado entre ambos, las risas volvieron a aparecer y poco a poco fueron acabando con cada pieza de aquella tabla surtida.

Edneris no dejaba de mirarlo con admiración, le conmovía profundamente la historia detrás de ese hombre y lo extraordinario que le parecía todo lo que había conseguido, superando cada obstáculo que la vida le arrojó, si Owen logró construir todo eso desde la nada, ella también podría hacerlo.

Le faltaba solo un año para terminar su carrera, encontrar un trabajo estable y con ello empezar a trazar su propio camino, sentía que, poco a poco, la idea de dejar atrás su pasado como bailarina dejaba de ser una ilusión para convertirse en una decisión. 

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