Encantos. 2

Cuando llegó el momento de pagar la cuenta, ambos comenzaron una pequeña pelea, cada uno empeñado en invitar al otro, Owen, para no hacerla enojar, propuso que pagaran a la mitad, y aunque a Edneris no le encantó la idea, terminó aceptando. No quería discutir con él por algo tan trivial, con la cuenta saldada, salieron del restaurante bromeando entre ellos; el pequeño disgusto no les duró más de un par de minutos.

— ¿Dónde vamos ahora? — preguntó Edneris mientras caminaban entre la multitud, completamente inadvertidos por quienes pasaban a su alrededor, eran solo dos personas comunes y corrientes en un mar de rostros apurados.

— Vamos a la joyería, quiero comprar algo especial. — respondió Owen, con un dejo de ilusión en la voz, le habría encantado tomarla de la mano con libertad, pero sabía que aún era pronto para ese tipo de gestos.

— ¡Mi madre! — exclamó Edneris de repente, escondiéndose detrás de una de las columnas circulares que bordeaban el pasillo.

— ¡La mía! — exclamó Owen también, haciendo exactamente lo mismo.

Con disimulo, ambos se asomaron para confirmar lo que habían visto, sus respectivas madres estaban charlando juntas justo frente al único acceso a la joyería.

— ¿Qué estarán haciendo aquí? — susurró ella, volviendo a ocultarse tras la columna.

— No tengo idea y, sinceramente, tampoco quiero averiguarlo, tenemos que buscar una forma de pasar sin que nos vean. — dijo él, espiando con cuidado, asegurándose de no ser descubierto.

— Para ir a la joyería tendríamos que salir por la parte trasera y rodear todo el centro comercial desde afuera, no hay otra forma. — comentó preocupada, justo cuando Owen le tomó las muñecas con apremio.

— ¡Muévete, muévete, que vienen para acá! — la empujó suavemente, casi riendo de los nervios.

Fabiola y Larisa habían ido al centro comercial, aparentemente solo a tomar un café, Edneris ni siquiera sabía que esas dos mujeres tuvieran una relación de amistad lo suficientemente cercana como para encontrarse en ese plan, mientras ella se deslizaba con cautela por detrás de la columna, Owen avanzaba despacio por el pasillo, con la mirada fija en sus madres que caminaban justo hacia una de las cafeterías decoradas con vitrales florales.

Como si fueran dos adolescentes escapando del colegio, aprovecharon el momento en que las mujeres despejaron el camino y salieron corriendo, aguantando la risa, subieron las gradas eléctricas en dirección contraria, cuidando que no los vieran, con el corazón latiendo por el sobresalto y la emoción de la travesura.

— Por un pelo y nos atrapan ¿Te imaginas lo que nos hubieran dicho si nos ven juntos? — comentó Edneris mientras caminaban por el pasillo lateral desde donde se veía el nivel inferior del centro comercial.

— Seguramente Larisa nos habría gritado como una loca desquiciada, parece un mal chiste que justo hoy, con un clima tan bonito, nos topemos con ella. — respondió Owen, distraído, mirando hacia abajo.

— ¡Y prepárate, porque hay más! — advirtió Edneris al tiempo que lo jalaba del brazo, obligándolo a entrar en una tienda cercana.

— Hola, bienvenidos a La tienda del amor ¿En qué los puedo ayudar? — preguntó una mujer de sonrisa desbordante que se les acercó de inmediato.

— ¿Dónde nos metiste? — cuestionó Owen, mirando a su alrededor, abrumado por la cantidad de encaje y lencería que lo rodeaba.

— Busca algún calzón para ti y esperemos a que pasen. — respondió Edneris con rapidez, entrando más en la tienda justo cuando casi se cruzaban de frente con Isaac y Evelyn.

— Aquí hay mucha ropita bonita para su dama, puede escoger desde lo más tierno hasta lo más picante. — dijo la dependienta, mostrándoles una diminuta tanga con una colita de conejo.

— ¿Esas son perlas? — preguntó Edneris, ladeando la cabeza con curiosidad al ver lo que había en medio de la prenda.

— El roce provoca un poquito. — susurró la vendedora con intención, esperando cerrar la venta.

— Edneris ¿Nos llevamos tres? — bromeó Owen, sonriendo con picardía.

— ¡Owen! — gruñó ella justo cuando vio que la otra pareja se disponía a entrar.

Edneris retrocedió rápidamente, escondiéndose tras el cuerpo de Owen antes de escabullirse detrás de un perchero con delicados camisones, aunque muchos estaban preciosos, no estaba en condiciones de apreciar nada, ni Isaac ni Evelyn la vieron ocultarse, pero las dependientas de la tienda sí, quedando perplejas ante la escena poco común de una joven tan atractiva escondiéndose como si su vida dependiera de ello.

— Papá ¿Qué haces aquí? — preguntó Isaac con sorpresa al verlo.

— Comprando ropa. — respondió Owen con naturalidad, desviando la mirada hacia la chica que los había recibido al entrar.

— No sabía que tenías gustos raros. — se burló Isaac, mientras tomaba la mano de Evelyn con desenfado.

— Dos sostenes en talla treinta y cuatro B con sus respectivas tangas, una blanca, la otra roja, también dame dos pijamas, una amarilla y otra rosa. — indicó Owen con calma, señalando un maniquí que llevaba un cachetero muy corto y un top con volantes en las mangas.

— ¿A quién le llevas esa ropa? — preguntó Isaac, aún más sorprendido.

— A mi mujer. — respondió Owen, soltando un suspiro y deseando que no descubrieran a Edneris.

— ¿Tienes novia? — Isaac frunció el ceño, desconcertado — No importa, ya que estamos aquí, quiero aprovechar para presentarte a alguien muy especial, es la mujer de la que te hablé, la que me tiene enamorado. — dijo con entusiasmo mientras rodeaba la cintura de Evelyn, que sonrió tímidamente.

— No tengo tiempo para estupideces. — replicó Owen con frialdad, entregando una tarjeta al cajero para pagar la ropa, deseando que esa incómoda escena terminara cuanto antes.

Por suerte, Edneris contó con la ayuda de las vendedoras para salir discretamente de la tienda sin que ninguno de los dos la viera, se escabulló entre los pasillos del centro comercial y terminó metiéndose en una heladería, ya lo esperaría ahí.

— Es un gusto por fin poder tenerte de frente, Owen... — Evelyn sacó una tarjeta de su cartera con una sonrisa ensayada — Evelyn Morrison, agente de bienes raíces. — añadió, extendiéndosela.

— Muchas gracias. — respondió él, tomando la bolsa con la ropa, fingiendo amabilidad.

— Papá, te están hablando. — insistió Isaac, frunciendo el ceño.

— Tengo mejores cosas que hacer que conocer a la amante con la que engañaste a Edneris... — dijo Owen, con voz firme y cortante — Que, por cierto, era una mujer muy respetuosa y no tan confianzuda, yo, para ti, soy señor, hay niveles en este mundo. — los rodeó con la mirada y salió de la tienda sin mirar atrás.

Las vendedoras, entre sorprendidas y emocionadas, no tardaron en unir las piezas, habían escuchado los nombres, visto los rostros y presenciado suficiente como para construir un excelente chisme que daría de qué hablar durante días. Owen, conociendo tan bien a Edneris, no necesitó llamarla, sabía que, si había salido antes, estaría en la heladería más cercana y no se equivocó; la encontró sentada en una de las mesas, comiéndose tranquilamente un helado de vainilla.

—¿Qué pasó? — preguntó Edneris al verlo sentarse frente a ella.

— Quería presentarme a tu hermana y la verdad, no estoy de ánimos para nadie más que tú. — contestó Owen, mirándola fijamente mientras ella rodaba la bola de helado con la lengua — No hagas eso. — advirtió él, entrecerrando los ojos.

— Eres un viejito perverso. — dijo Edneris, divertida, aprovechando su atención para pasar lentamente la lengua por su labio superior.

— Y tú, una mocosa malcriada. — desvió la vista, provocando una carcajada en ella.

— Pero así me quieres. — añadió con descaro, repitiendo la acción, aunque esta vez dejando a propósito un poco de helado en la comisura de sus labios.

— Llegará el día en que no limpiarás helado de tu boca... — murmuró Owen, con un brillo distinto en los ojos — Y entonces, te vas a arrepentir de provocarme así. — espero verla nerviosa, pero no fue así.

— Con lo mucho que me gusta lamer... — pasó la lengua desde el cono hasta la punta — Me encanta lamer helados, fresa y vainilla son mis favoritos. — Edneris podía tener una cara de ángel, pero de inocente no tenía nada.

— Qué curioso... — replicó Owen, alzando una ceja con una sonrisa ladeada — A mí también me gusta el helado de fresa, sobre todo cuando se derrite entre mi lengua. — el leve sonrojo que apareció en las mejillas de Edneris fue la cereza sobre el pastel.

Salieron de la heladería cuando Edneris terminó de comer, no respondió al último comentario de Owen, porque lo que había imaginado fue demasiado subido de tono, lo mejor sería regresar a casa cuanto antes, cuidando de no toparse nuevamente con los demás, que parecían haber planeado una especie de cita de suegras, la visita a la joyería quedó descartada; ninguno de los dos tenía ánimos para correr el riesgo de un nuevo escándalo y menos con tanto público a su alrededor.

Mientras Edneris pagaba la tarjetita del parqueo, Owen fue por el auto y lo estacionó justo al lado de la máquina, para que ella pudiera subirse rápido, guardaba su monedero cuando escuchó la inconfundible voz de su madre gritando su nombre, ni siquiera volteó, apresuró el paso mientras los gritos de Fabiola se hacían más cercanos, se metió al auto, ignorándola por completo y Owen aceleró para salir de allí, por suerte, usaba un auto distinto al que su hijo conocía, eso facilito las cosas para que no los reconocieran.

— Un poquito más y nos pillan de nuevo... — susurró Edneris, mirando por el retrovisor — ¿Qué tanto compraste? — preguntó, abriendo la bolsa con curiosidad para inspeccionar la ropa interior.

— Unos pijamas y unos conjuntos, espero que te queden. — respondió Owen, deteniéndose en un semáforo en rojo.

— ¿Que me queden? — alzó una ceja, clavando la mirada en él.

— Es obvio que los compré para ti, dudo mucho que esto tan pequeño me quede... — tomó una diminuta tanga para observarla — Aunque, podría usarla como antifaz para salir a detener criminales por la noche. — añadió con descaro, colocándose las tiras detrás de las orejas y el encaje sobre la cara, cubriéndose desde la nariz hasta la barbilla.

— ¡Owen, por Dios! — exclamó Edneris, arrebatándole la prenda al notar que las mujeres en el auto de al lado los miraban divertidas a través de la ventana abierta.

Owen no podía dejar de reírse, mientras ella, todavía sonrojada, hacía un puchero de vergüenza, al verla así, él se atrevió a acariciarle la barbilla con ternura, intentando reconfortarla, ella le devolvió una sonrisa, pero no por haberse contentado, fue solo una trampa.

— ¡Auch! — se quejó cuando Edneris, con toda la malicia del mundo, le mordió los dedos con suficiente fuerza para sacarle una expresión de incomodidad.

A partir de ahí, comenzaron a picarse los costados mutuamente mientras el auto avanzaba en dirección a casa, entre risas y pequeñas provocaciones, el camino se volvió ligero, para Edneris, el encuentro inesperado con su madre, Larisa, su hermana y hasta Isaac en el centro comercial no había arruinado su día. Al contrario, terminó con la satisfacción de haber compartido un momento divertido e íntimo con Owen, lleno de gestos pequeños, pero significativos, nadie podría quitarle los buenos recuerdos de esa tarde.

Durante el trayecto, Edneris cerró los ojos para descansar un poco, su mente la llevó de regreso al almuerzo, a ese instante en que comprendió que no estaba malinterpretando las cosas, sí, eran coqueteos, sí, eran caricias con intención y aunque no supiera con certeza qué le deparaba el futuro, tenía claro que Owen buscaba algo más con ella.

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