Venganza.
Venganza.
Venganza.
Es la única palabra que ronda mis pensamientos en medio de este desconcierto y del dolor que comprime mi pecho. No puedo perderla, la necesito. Dios, ¿cómo permití que esto pasara? No puedo perdonarme tal descuido.
―Robert, ¿estás bien?
Al inclinar la cara, veo las manchas rojizas que empapan toda mi camisa. Por primera vez me siento aterrorizado. No puedo parar de temblar. Fijo la mirada en mis manos cubiertas de sangre. Vibran como si un terremoto las estuviera sacudiendo. Los latidos de mi corazón se precipitan. Cierro los ojos e inhalo una profunda bocanada de aire para calmar mi nerviosismo; sin embargo, nada de lo que intento es suficiente para aplacar la rabia, la furia y el odio que se distribuye dentro de mis venas como veneno potente y se anida en el fondo de mi alma.
Venganza.
Venganza.
Venganza.
Puedo saborear aquella palabra mientras da vuelta dentro de mi boca y se esparce como sobre mis papilas gustativas como bocadillo adictivo y delicioso.