Logro ver la figura del hombre parado en la entrada, antes de que el auto se detenga. Cada músculo de mi cuerpo se tensa en el acto, sobre todo, en cuanto veo bajar a Rachel de la ambulancia.
―Jason, estaciona el vehículo y alcánzame en cuanto puedas ―le indico al poner la mano en la manija―. Alfred, quiero que te encargues de cuidar a mi mujer, no la dejes sola en ningún momento hasta que pueda reunirme de nuevo con ustedes.
Ambos asienten en acuerdo. Antes de abandonar la limusina, me aseguro de que mi pistola esté a mi alcance, después de lo que sucedió, no me fío de nadie. Ahora, más que nunca, debemos estar en alerta y preparados para un nuevo ataque. Al bajar del auto, abrocho los botones de mi americana y me acerco a ellos. Mi ira se incrementa al escucharla gritar el nombre de mi mayor enemigo.
―¡Massimo!
Con paso apresurado, me acerco a ellos. Mi sangre hierve de ira al verla correr hacia él y fundirse en un acalorado abrazo. La familiaridad con la que se tratan me pone de mal