Brenda levantó lentamente la mano.
No para golpear.
No para atacar.
Si no para sentir, y, así mismo, expulsar toda la magia que quería salir de su interior, queriendo demostrar cuan valiente era ella en esa situación de enfrentamiento de poder absoluto.
La magia se movió dentro de ella como una bestia inquieta que buscaba, a como diera lugar, la puerta perfecta para salir de su guarida, como una tormenta que de pronto descubría que podía pensar. Era cálida y fría al mismo tiempo, como si estuviera compuesta de mil emociones contradictorias. La escuchó… sí, la escuchó, porque la magia le habló sin palabras.
Dime qué hacer.
Y Brenda supo lo que quería hacer en ese preciso instante.
—¿Sabes qué es lo mejor de esto, doctora Eva? —susurró mientras avanzaba, cada palabra cargada de una calma tan densa que podía cortarse—. Que por primera vez eres tú quien va a ser observada. Estudiada. Analizada. Y lo serás, por alguien mucho más poderoso que tú misma.
Los ojos de Brenda se tornaron más osc