—Lo sé —dijo Johnny al fin, tras un sorbo de vino—. Sé que he estado… distante. Raro, incluso. Y no voy a fingir que nuestra relación atraviesa su mejor momento.
Alzó la mirada hacia ella, pero no la sostuvo demasiado tiempo.
—He estado ocupado con ciertos asuntos. Cosas que, por ahora, no podía comentarte.
No podía, no, no quería.
Brenda atrapó ese detalle como quien recoge una astilla clavada en la piel.
Lo observó en silencio, tratando de leer más allá de las palabras, de descifrar lo que omitía con tanto cuidado.
¿Qué podía ser tan importante —tan peligroso— como para no compartirlo, cuando se suponía que entre ellos no quedaban secretos?
Algo no encajaba.
Y ese algo le revolvió el estómago.
—De acuerdo… —dijo al fin, con una calma ensayada—. Lo entiendo.
Hizo una pausa breve, calculada.
—Pero hay algo que sí me preocupa.
—¿Qué cosa? —preguntó Johnny, sin verdadero interés, como si ya estuviera pensando en otra parte.
Brenda apretó los dedos sobre la mesa antes de continuar.
—¿Rec