El grito de Brenda estalló en la habitación como una explosión mal contenida, un alarido tan brutal que pareció sacudir las paredes del motel, como si la tierra hubiera decidido temblar justo debajo de la cama. En un acto desesperado, intentó zafarse de los brazos de Johnny, pero ya no era ella quien mandaba.
La magia respondió antes que su mente.
Un frío antinatural brotó de su interior y se convirtió en una ventisca furiosa, invisible pero devastadora. El aire se comprimió, rugió… y luego se liberó.
Johnny salió despedido.
Su cuerpo atravesó la habitación como un muñeco lanzado sin cuidado y se estrelló contra la pared con un golpe seco, final, que le arrancó el aliento. El impacto resonó como un trueno apagado, y por un instante quedó allí, desparramado en el suelo, con los ojos entreabiertos, al borde de perder el conocimiento.
El silencio que siguió fue aún más aterrador que el grito.
Johnny casi perdió la vista por un segundo. El mundo se le volvió una mancha blanca y zumbante,