La intensidad de la noche anterior había dejado a Sofía y Alejandro exhaustos, pero la calma y la certeza de su amor eran una armadura contra lo que sea que el mundo les estuviera preparando. Se despertaron más tarde de lo que pensaban, el sol entraba por los ventanales de la sala y por la manera en la que lo hacía, ya se podría sospechar que era media mañana. La energía matutina era buena, sin embargo, ese día, las cosas serían completamente diferentes. Hoy, cada uno debía enfrentar al mundo, en lugares diferentes y, por separados.
Alejandro, con una seriedad que no mostraba desde la conferencia de prensa, se vestía con un traje gris impecable. Él iría al hotel con su padre, Andrés, y con su mejor amigo, Gabriel, para firmar la transición del Grupo Duarte.
—Hoy heredo oficialmente el imperio, monkey-monkey —dijo, abrochándose el puño de la camisa—. Y tú vas a la universidad a dejar claro que la prometida del dueño ha estado trabajando muy duro con nosotros.
—No soy una holgazana —res