Gabriel se quedó mirando la puerta de la oficina por donde Sarah acababa de desaparecer. El eco de sus palabras seguía vibrando en el aire. Ja, por favor. Gabriel era un hombre que no le tenía miedo a las guerras que le daban. Siempre las enfrentaba más bien.
Su ego, la armadura que lo protegía en el mundo de las finanzas, se sintió herido. Él no era un cobarde. Él era Gabriel Morales: frío, calculador y exitoso. Pero cuando se trataba de Sarah y de ese desafío inesperado, se sentía extraño. Era la primera vez que una mujer no se intimidaba por su seriedad; al contrario, lo usaba como combustible para provocarlo.
Y la verdad era que la idea de ir al departamento de Sarah lo excitaba. No por el baile, sino por la posibilidad de desenmascarar a esa mujer atrevida. ¿Qué había detrás de esa sonrisa descarada y esos movimientos sensuales?
Gabriel tomó su celular y escribió un mensaje a la pequeña revoltosa.
Gabriel: Una hora. No más. Y quiero el paso básico. Mañana.
Lo borró. No era lo suf