Capítulo 57
Los días fueron pasando, arrastrados, hasta que esos días se convirtieron en un mes más y luego en otro mes.

La rutina seguía inalterada, como si el año fuera solo una repetición monótona de una vieja película, pero en aquella historia parecía que el final no sería feliz.

En uno de los raros almuerzos en la mansión de los Walker, Elizabeth notó que Oliver ya no tenía el mismo brillo en los ojos. Estaba callado, la mirada perdida en pensamientos distantes, como si estuviera renunciando a algo importante.

Durante todo el almuerzo, ella lo observó con atención. Cuando el té fue servido en la sala íntima, se sentó a su lado, mientras John, Martha y Roger conversaban cerca de la ventana.

Como estaban lejos de los demás, reunió valor y preguntó con delicadeza:

— ¿Está todo bien, abuelo? — preguntó con voz suave. Ella solo lo llamaba así cuando no había nadie cerca.

Él levantó los ojos hacia ella, sonrió levemente, pero su sonrisa no llegó a los ojos.

— Me gusta cuando me llamas abuelo — dijo
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