Mundo ficciónIniciar sesiónCapítulo 4: No te tengo muy buenas noticias
Amelia Torres había salido de casa sabiendo que hoy no sería un día fácil, pues ayer, con todo lo ocurrido, el director no había tenido tiempo de hablar con ella, pero hoy, hoy le había pedido presentarse en su oficina tan pronto llegase al colegio.
Aquella joven mujer no auguraba un buen día, ya estaba acostumbrada, ya que desde que se había separado de su marido, la vida no había sido nada fácil, incluso, se sorprendió al recordar que este, era el trabajo en el que más había durado en los últimos 3 años.
- Miss Torres… -dijo la asistente del director al verla ahí. – El director me pidió decirle que pase a recursos humanos por su cheque.
- ¿Cómo? ¿Qué quieren decir con ello? -dijo la joven mujer tratando de tener una explicación.
- ¡Discúlpame, Amelia! Pero no sabes lo que se armó aquí, hace unos minutos, el padre de la niña D’Angelo vino y, las cosas se salieron de control… El hombre estaba hecho una fiera, él llegó y pidió cortar cabezas, lamentablemente, tú eras la primera en la lista. -dijo la joven asistente con pesar.
Amelia no entendía nada de lo ocurrido, pues esperaba una sanción, esperaba que le descontaran el día, pero, ¿despedirla? ¿cuál era la razón?
- ¡Déjame pasar a ver a Saavedra! ¡Necesito una explicación! Necesito que me diga en la cara: ¿Qué hice mal?
- Señorita Torres… -escuchó Amelia detrás de ella.
- Director Saavedra, ¿Por qué me despide? ¿Qué hice mal? ¡Usted sabe que traté de mediar la situación! ¿Por qué debo ser yo quien cargue con la responsabilidad? ¡Usted sabe muy bien qué ocurrió! -dijo Amelia con frustración.
- ¡Lo siento, Amelia! Pero el padre de la alumna D’Angelo pidió un culpable y esa eres tú…
Aquellas palabras indignaron a la joven, ya que, según lo que ella recordaba, ella fue quien detuvo la pelea cuando otros profesores no sabían qué hacer, puesto que la niña que inició todo, había sido Camila Riva, la nieta del dueño del colegio.
- ¡USTED SABE QUÉ FUE LO QUE OCURRIÓ! ¿POR QUÉ YO DEBO SER DESPEDIDA? -gritó molesta Amelia ante la injusticia que estaba ocurriéndole.
- ¡POR QUE YO LO DIGO Y PUNTO! El señor D’Angelo quiere un culpable y lamentablemente, Amelia, eres quien menos experiencia y tiempo tiene en este lugar. -dijo el hombre con seriedad. – Además, recuerda algo, tú no tienes una carrera propia como docente, solo eres técnica en puericultura y yo fui quien te dio una oportunidad, no tientes más a la suerte, porque si me va mal a mí, a ti te puede ir mucho peor, así que recoge tus cosas y ve a recursos humanos.
Tras aquellas palabras, Amelia ya no quiso discutir más, pues le había quedado claro que aquel hombre siempre usaría su nivel educativo para pasar por encima de ella.
Así lo había sido con su sueldo, sus vacaciones y las oportunidades de crecimiento, no importaba cuán buena fuera con los niños y sus clases, para alguien como él, ella solo era un número más, alguien a quien usar y desechar.
- Amelia, entiende una cosa, las personas para las que trabajamos, no son cualquier persona. Sé que no es justo, pero la vida es así. -dijo el director queriendo parecer buena persona.
Amelia quería decir algo más, pero se guardó sus comentarios. Ella trataba de contener sus lágrimas; sin embargo, por más que lo intentó, no pudo, había hecho lo correcto y, al final, fue quien salió perdiendo.
- ¿Amelia? ¿Estás ahí? -preguntó la asistente del director.
- ¡Sí! ¡Sí, ya me voy! Solo estoy juntando mis cosas… -dijo Amelia creyendo que enviaban a la chica a vigilarla.
- No vine por eso, Amelia, solo quería decirte que, algo que llamó mi atención, es lo que dijo e hizo la señora Pellegrini, pues pidió la baja a la niña D’Angelo y después, dijo que la niña había ido a dar al hospital.
- ¿Cómo? -respondió Amelia sorprendida. - ¿Qué le sucedió a Almendrita?
- No lo sé, solo me dijo aquello, por eso vine a verte, sé que tú apreciabas mucho a esa niña. Todos sabemos que Camila Riva inició todo, pero, ella es nieta de don Julio Riva y ese señor, es el dueño de la escuela.
- No te preocupes, Karla, no es tu culpa y gracias por avisarme, trataré de contactar a la señora Pellegrini.
- Bien, cuídate y, de verdad, lo lamento mucho.
Amelia solo alcanzó a sonreír con los labios apretados, ella no había hecho muchos amigos en ese lugar, pero sabía que aquellas palabras eran sinceras.
- Bien, dile a Saavedra que ya me fui, no vaya a ser que me mande a buscar con policías.
Luego de aquello, al salir del colegio, Amelia caminó hasta la estación del metro, mientras lo hacía, pensaba en si era correcto llamar a la señora Pellegrini para preguntar por Almendra.
Una parte quería hacerlo, pero, no quería que creyeran que quería aprovecharse de aquella niña, pues aunque fuese un encanto y le tuviera confianza, debía recordar que ella provenía de una familia adinerada.
Mientras tanto, Luciano llego al hospital hecho un mar de nervios, creía que el estado de su hija, tenía que ver con lo ocurrido el día anterior y, juraba que aquello, no se quedaría así, pero, por ahora, lo único que le importaba saber cómo estaba su hija.
Tan pronto llegó con la recepcionista de urgencias, preguntó por su hija, aquella mujer le dijo que ya estaba siendo atendida por el doctor Santiesteban.
Luciano aprovechando un descuido, se coló y llegó a la camilla donde su hija era atendida, al verla, sintió una enorme punzada en el corazón, pues la escena le recordó a cuando su esposa murió.
- ¡Luciano! ¿Qué haces aquí? Deberías estar en sala de espera. -dijo el doctor al verlo en ese lugar.
- ¿Crees que me quedaría a esperar a que me dieras noticias? -dijo el hombre sin apartar los ojos de su hija.
El doctor Santiesteban movió la cabeza en negación y luego dijo:
- Logré detener la hemorragia, está sedada, pues tuve que tomar muestras de sangre y médula ósea. Luciano, esta no es la primera vez que sucede, lo que me llevó a pedir una larga lista de estudios, ahora, solo nos resta esperar los resultados, mientras, debes salir de aquí y esperar con Tere.
- ¡No! ¡Quiero quedarme con ella! -dijo el hombre tomando la pequeña manita de su hija.
- Sabes bien que no puedes estar aquí, ¡Anda! ¡Vamos a la sala de espera! No quiero que alguien te regañe por estar en un lugar donde no debes. -dijo el doctor Santiesteban tratando de persuadirlo.
Luciano le lanzo una mirada llena de frialdad y dijo:
- ¡He dicho que me quedo con mi hija! ¿Acaso quieres que mande a cerrar todo el piso para poder estar con ella?
Aquello, le dejaba claro al doctor Santiesteban que, aquel hombre hablaba muy en serio.
- ¡Está bien! ¡Está bien! Solo déjala descansar, ¿entendido?
Luciano sentía un gran nudo en la garganta, su hija había pasado la noche llorando luego de la discusión que habían tenido y, ahora ocurría esto.
La mente de aquel hombre, no paraba de recalcarle cosas que no decía, o reconocía, ya que esto, mostraba cuánta razón tenían Teresa y Paloma sobre el tema de Almendra. Ya que, para él, estaba siendo más fácil delegar la responsabilidad de su hija a ellas, mientras él se perdía en el éxito de todos sus negocios.
Tras varios minutos más, Paloma llegó al hospital y vio a Tere angustiada mientras esperaba.
- ¡Tere! ¿Qué sabes de mi sobrina?
- ¡Señora Pellegrini! El señor, ya está con su hija, el doctor salió y me dijo que ha contenido la hemorragia, pero que le mandó a hacer una serie de estudios para saber qué es lo que ocurrió.
Dentro de la zona de urgencias, el móvil de Luciano sonó y el al ver el contacto, rápidamente atendió la llamada.
- Barbara… -dijo el hombre con cansancio.
- Luciano, llevo rato esperando a que llegues, ¿Ya vienes en camino? ¿Recuerda que hoy tenemos una reunión muy importante con el grupo Salinas? -dijo la mujer al otro lado de la línea.
- ¡Demonios! -dijo Luciano recordando aquello. - ¿Sabes qué? ¡Lo siento! No podré ir, surgió algo en casa, te marco después. -dijo Luciano sabiendo que no podía moverse del hospital, al menos no por hoy.
- ¡LUCIANO! ¡Maldita sea! -dijo Barbara al ver cómo el hombre terminaba su llamada.
De regreso en el hospital, una enfermera se acercó y tomó los signos vitales de Almendra, Luciano observaba todos esos movimientos sin decir palabra.
- Señor D’Angelo, me han pedido mover a su hija a una habitación individual, para que estén más cómodos.
Luciano solo asintió, mientras caminaba detrás de la camilla. El hombre no podía quitarse la sensación de que algo no estaba nada bien, no, al ver el rostro pálido de su hija.
El hecho de estar en un hospital, le hacía recordar aquellos oscuros días previos a la muerte de Almendra. En aquel tiempo, el hombre incluso se había puesto a orar a un Dios en el que jamás había creído.
Él rogaba porque su mujer viviera, porque la vida les diera una oportunidad más, porque no lo dejase solo con su hija, pues, bien a bien, no sabría qué hacer sin su esposa.
Inevitablemente, sus ojos se cubrieron de lágrimas, ya que al final, todos aquellos deseos y súplicas, nunca fueron escuchados y todo había terminado antes de comenzar.
Aunque al principio, se hizo el fuerte, poco a poco su corazón se fue endureciendo, pues se había dado cuenta de que todo lo que hizo, solo era algo a lo que te aferras, cuando no tienes más que incertidumbre en tu vida.
- Luciano… -dijo el doctor Santiesteban entrando a la habitación.
- ¿Qué sucede? ¿Ya tienes los resultados? -dijo Luciano limpiando discretamente aquellas lágrimas.
- Sí y me temo que, no te tengo muy buenas noticias.







