El motor del auto aún rugía cuando Daniela rompió el silencio que llevaban arrastrando desde que dejaron atrás el almacén del Malecón. Las luces de La Habana parpadeaban a través del parabrisas, pintando sombras cambiantes sobre sus rostros.
—¿Quién es realmente Dimitri? —preguntó, clavando sus ojos oscuros en Alexander, buscando más que una simple respuesta en su mirada.
Él apretó el volante con tanta fuerza que hundio la goma que lo recubría, como si pudiera exprimir la verdad del cuero gastado.
—No es mi socio. Es mi jefe —confesó finalmente, las palabras saliendo como un veneno lento que llevaba demasiado tiempo conteniendo—. Un hombre peligroso, incluso para mí. De esos que no aceptan un 'no' por respuesta.
Daniela no se inmutó exteriormente, pero sus dedos se cerraron instintivamente alrededor de la pulsera que Alexander le había dado días atrás, como si ese pequeño objeto pudiera protegerla de la realidad que se desplegaba ante ellos.
—Nunca debí involucrarte —continu