El humo de los puros se enroscaba entre las estanterías de madera oscura de la oficina de Dimitri en Moscú. Alexander mantenía la espalda recta frente al imponente escritorio de caoba, mientras los dedos enguantados de Dimitri golpeteaban el cristal de vodka sin probar, haciendo un sonido metódico que marcaba el ritmo de la tensión en la habitación.
—¿Estás seguro de esta decisión, Alexander? —preguntó Dimitri, el acento cargado de una amenaza velada mientras sus ojos azules escrutaban cada microexpresión de Alexander—. Cuba es un negocio jugoso y ya estás acostumbrado a él. Dejarlo todo por una mujer... no es propio de ti.
Alexander no parpadeó, manteniendo la mirada firme. El olor a tabaco y madera envejecida le recordaba demasiado a su primera reunión con Dimitri, diez años atrás.
—Te dejo todas las rutas, los contactos, el almacén de Cojímar y el 40% de las ganancias de los próximos dos años —negoció con voz calmada—. A cambio, quiero mi salida limpia. Sin ataduras.
Dimitr