El jacuzzi burbujeaba bajo el manto estrellado del Caribe. Daniela flotaba entre los brazos de Alexander, su espalda apoyada contra su pecho, mientras sus cabellos se esparcían en el agua como algas doradas.
—Si pudiera quedarme así para siempre... —murmuró Alexander, enterrando su nariz en su cuello—. Abrazándote en medio de la nada, sin que nadie nos encuentre jamás.
Daniela rió, girándose para enfrentarlo.
—Te aburrirías en tres días. Necesitas el caos como el aire.
Él la atrajo bruscamente contra sí, haciendo olas que se derramaron sobre el deck de madera.
—Lo único que necesito eres tú —susurró antes de besarla con una urgencia que le arrancó un gemido.
El agua caliente se volvió secundaria frente al calor que crecía entre ellos. Alexander la levantó en sus brazos, sin romper el beso, y caminó hacia el dormitorio mientras Daniela le mordisqueaba el labio inferior.
—Eres insaciable —protestó ella entre risas cuando la dejó caer sobre las sábanas.
—Y tú mi adicción