Alexander, reclinado en el sofá del apartamento de Daniela con su traje impecablemente arrugado después de tantas noches en el hospital, observaba cómo ella ordenaba medicamentos que habian sobrado sobre la mesa.
—Necesitamos alejarnos de todo esto —dijo de pronto, rompiendo el silencio—. Un fin de semana en Cancún. Sol, playa y cero dramas.
Daniela dejó caer los blísteres de pastillas con un clic metálico.
—¿Estás bromeando? Con mi madre recién salida del hospital y Roberto acechando como hiena...
—Precisamente por eso —interrumpió Alexander, acercándose—. Roberto no cruzará la frontera. Tu madre está estable. Y tú... —su dedo trazó el contorno de su ojera— necesitas desconectar antes de colapsar.
Ella abrió la boca para protestar, pero Alexander ya deslizaba un sobre de papel pergamino sobre la mesa.
—Para la dama reacia a los regalos —murmuró con media sonrisa.
Dentro, un pasaporte nuevo con su foto y una visa estadounidense válida. Daniela lo sostuvo como si fuera de