El avión aterrizó en el aeropuerto Juan Gualberto Gómez bajo un cielo cubano teñido de naranja por el atardecer. Alexander ajustó el reloj mientras descendía por la escalerilla, sintiendo el aire cálido y familiar de Matanzas al que ya se había adaptado.
Entre la multitud, una figura llamó su atención. Daniela lo esperaba, vestida con un sencillo vestido rojo que contrastaba con su pelo radiante por el sol. Sus ojos brillaron al reconocerlo, y Alexander no pudo evitar una sonrisa.
—No tenía que venir a recibirme, золнышко —dijo él al acercarse, dejando caer su bolso al suelo.
Ella no respondió con palabras. En vez de eso, lo abrazó con una fuerza que lo sorprendió. Alexander sintió el temblor en sus brazos, la gratitud que no necesitaba ser verbalizada.
—Gracias —susurró Daniela contra su hombro— Por todo.
Él asintió.
En el auto, mientras la ciudad pasaba por las ventanillas, ella no pudo contenerse más.
—¿Cómo es que conoces a esa clase de gente, Alexander? —preguntó, mi