Alexander trazaba círculos lentos en la espalda de Daniela con la yema de los dedos, saboreando el silencio cargado de sus respiraciones acompasadas.
Llevaban tres días sin salir del apartamento, tres días de olvidar el mundo más allá de esas paredes, tres días de piel contra piel, de murmullos ahogados y de una conversación pospuesta.
El timbre del teléfono cortó el hechizo como un cuchillo afilado.
Alexander maldijo entre dientes al reconocer el número. —Dimitri— gruñó, sintiendo cómo el peso de la realidad volvía a caer sobre sus hombros.
—¿да? —contestó en ruso.
La voz al otro lado era un latigazo de urgencia: "La chica polaca que iba a entregar el Tamayo en Varadero está en el IPK con dengue. El suizo llega mañana y no aceptará retrasos".
—Encuentra un reemplazo —le espetó Alexander, apretando el teléfono con fuerza.
—No lo necesito, ya la tienes —Casi podía ver el rostro de Dimitri con una expresión feroz —Quiero que vaya tu esposa.
—Te dejé claro al principio que e