La brisa salada de Matanzas entraba por la ventana entreabierta de Daniela, pero ni siquiera el aire fresco lograba limpiar el caos en su cabeza. Tres días. Tres días desde Cienfuegos, desde el apagón, desde aquel beso que todavía le quemaba los labios. Tres días sin noticias de Alexander. Entendía que el esperaba que ella diera el primer paso.
Un dos golpes continuos en la puerta la hicieron sobresaltarse. No necesitó preguntar quién era; solo Roberto tocaba así.
—¿Vas a abrir o pretendes que me quede aquí toda la noche? —su voz llegó distorsionada a través de la madera.
Daniela respiró hondo antes de girar el picaporte.
Roberto entró como un huracán, oliendo a cigarro el barato y la cerveza que había estado consumiendo para calmar la ansiedad.
Sus ojos recorrieron el departamento antes de clavarse en ella, escudriñando cada detalle como si buscara pruebas de traición.
—¿Y? —preguntó, dejando caer su cuerpo en el sofá sin invitación—. ¿Qué tienes del ruso?
Ella cruzó los