—¿Sabes lo irónico? —murmuró Isabella, mientras sostenía una taza de café frío entre las manos temblorosas—. Cuando todo empezó, pensé que lo más difícil sería aceptar que mi padre estaba enfermo. Pero no. Lo más difícil ha sido aceptar que no puedo con todo sola.
Alex no respondió de inmediato. La miraba desde el otro lado del sofá, con la chaqueta aún puesta y los ojos llenos de cansancio acumulado. A pesar del largo vuelo, de los cambios de horario y de los silencios incómodos, no se había alejado de ella ni un segundo desde que llegó a Zúrich.
—No tienes que poder con todo, Isa —dijo al fin, en voz baja—. Eso es lo que nunca has querido entender.
—¿Y quién más lo haría, Alex? ¿Tú? Hace mucho que he estado luchando sola.
—Ahora estoy aquí, he estado contigo desde que me permitiste acercarme y no te dejaré sola.
Isabella cerró los ojos. No quería discutir. No quería llorar. Solo quería dejar de sentir que todo el mundo esperaba algo de ella. Una decisión, una respuesta, una solució