La nieve caía con la delicadeza de un susurro mientras el avión descendía sobre el Aeropuerto de Zúrich. Alex sostenía su abrigo con una mano y con la otra el teléfono, leyendo por décima vez el último mensaje de Isabella: “Ya tengo el poder de decisión médica. Te necesito aquí. No confío en nadie más.”
Al salir, la brisa helada lo golpeó como un recordatorio de todo lo que había perdido, pero también de lo que aún podía recuperar. Isabella había tomado el control legal sobre el tratamiento de su padre. Eso, por sí solo, era una victoria. Pero lo que realmente le helaba la sangre era el último detalle que ella le confesó en llamada:
—Maurice sigue involucrado. Más que antes. Y creo que no ha terminado conmigo.
En el hospital, Isabella recorría los pasillos con una mezcla de determinación y cansancio. El Dr. Hochner, el nuevo director médico asignado tras sus insistencias, caminaba a su lado revisando los reportes digitales.
—Hemos suspendido cualquier ensayo relacionado con su padre.