Celeste observó desde su auto estacionado frente al penthouse. Recordaba la imagen de Isabella abrazando a Alex bajo la tenue luz de la terraza era más de lo que podía soportar. Apretó el volante con fuerza. El cristal se empañaba con su respiración agitada.
—¿Así de fácil? ¿Así de rápido vuelves a ella… después de todo lo que hemos vivido? —murmuró con voz temblorosa.
Quiso arrancar el auto, desaparecer, pero no pudo. Su orgullo, su rabia, su obsesión no se lo permitían. Ella no era una mujer paciente. Nunca lo fue. Y mientras Maurice trazaba estrategias frías y calculadas, Celeste sentía cómo su mundo se rompía en mil pedazos.
Maurice le había dejado claro que el lanzamiento debía ocurrir sin tropiezos para que Alex e Isabella bajaran la guardia. Pero ella ya no quería esperar. No podía. Su corazón estaba en guerra, y su mente… en llamas.
Tomó su teléfono, marcó un número que tenía guardado bajo un nombre falso: “J. Silva”.
—Ejecuta la fase uno —ordenó sin vacilar—. Quiero que el si