—¡Patrick te lo ruego! ¡Dame trabajo por favor! —Había amanecido con $15.000 en mi banco a nombre de Atlas Leckler.
Estaba motivada, con unas grandes ganas de vivir al punto de que sentía que el cielo brillaba más de lo normal. No me importaba estar en esa oficina, rogando a un estúpido viejo panzón que me volviera a dar trabajó mientras sostenía una gran pancarta que decía "perdóname" y junto a mi tenía una cafetera nueva. —¡Te traje una cafetera! ¡Y te hice una pancarta! ¡Además te devuelvo tu dinero! ¡Todo! —mis ruegos se escuchaban por toda la editorial, no había quien no me mirara raro. Después de todo estaba gritando en medio de un edificio lleno de personas amargadas que nunca trabajaban. —¡Jefe perdónala! ¿No ves que trajo una cafetera nueva? ¡Hasta mariachis hay afuera pidiendo perdón! Oh sí. Los mariachis. Un detalle encantador, aunque no para mí detestable jefe que odia a los mexicanos por su ex mexicana que lo dejo por grosero y panzón. Bien merecido se lo tiene. Porque grosero y panzón si es. —¡Jefe! ¡Perdónala! —Escuche a Gonzáles gritar, el viejo insoportable que le encantaba tirarme todo su trabajo encima. Claro, a el le conviene que me perdonen, pero me agradaba saber que todos me ayudaban para volver al trabajo. Doy mucha pena, y eso era mi mayor ventaja. Por eso, no me sorprendió cuando la manilla de la puerta se comenzó a mover, dejando a mi vista la gran panza de Patrick. —Esta perdonada, señorita. Ahora déjeme ver a los mariachis. —Claro mi señor, ya me apartó. —Me hago a un lado, celebrando que ya había sido perdonada así de fácil. —Deja el dinero y la cafetera en mi oficina. Y no tardes en ponerte a trabajar. —Lo vi irse, levantándome del suelo para pasar a dejar dentro de la oficina todo lo que el había solicitado y como un plus mi hermosa cartelera. Siempre me vi de pequeña con hombres pidiéndome disculpas a mi de esta forma tan ridícula solo para recuperar mi corazón. No al revés, nunca me vi rogando de rodillas a un hombre para que me perdonará. Y menos que ese hombre sea mi jefe. Pero ya había vuelto, y no para rogar por $100. Si no para poner está maldita empresa a mis pies. Sacudí mis prendas de vestir, gustosa del gran éxito que había logrado el día de hoy y sin dar muchos rodeos en mi cabeza tome entre mis brazos todo el papeleo que se había acumulado desde que me fui. Debía de acomodarlo, escribir los artículos del siguiente periódico y más importante aún. Comenzar mi maldita investigación para el General Leckler. En serio... ¿De dónde me suena ese apellido? Así que con pasos apresurados fui hacia mi escritorio y me senté en mi silla que ya gritaba gritos de auxilio por ser reemplazada, pero no malgastaría mi dinero en comprar una silla nueva. Ya había gastado $5.000 en ropa nueva y maquillaje, me lo merecía. —Por eso eres pobre, eres una irresponsable con el dinero.—Me regañe a mi misma, comenzando a acomodar aquellos papeles. Gran parte de mi día consistió en eso, acomodar aquel papeleo que había dejado Patrick acumular en tan solo un día que me había ido. Si había llegado en la mañana a aquel lugar, ya al horizonte de las grandes ventanas del edificio se lograba ver el cielo ocultarse en un hermoso atardecer. Pero al menos a pesar de mi cansancio ya había terminado todo mi trabajo respecto a esos papeles y solo me quedaban escribir los artículos. Estaba dispuesta a no llegar a casa hoy, así que comencé a escribir los primeros artículos. No les ponía el mismo empeño que antes, después de todo serían detalles que el mismo Patrick no notaría y no me afectaría si mis artículos dejaban de ser del agrado para un público. Eso sería problema de la editorial. —Morana, por favor lleva esto al archivero. —Voltee mi mirada, notando como Patrick estaba a un lado de mi. Ya debían de ser las ocho de la noche, ya que el siempre que se iba muy tarde me mandaba a guardar los documentos en el archivero de la editorial. El archivero era el infierno de los principiantes a pesar de mis cinco años de servicio, abarcaba tres de los pisos subterráneos del edificio de puro papeleo. Ahí debía de haber algo para mí interés. Más en específico del caso de la editorial Strawberry. —Que tenga buena noche, señor Patrick. —Si, si. Por favor búscame también en el archivero todo el papeleo de los empleados más viejos. El lunes se hará limpieza del personal y esos serán los primeros despedidos. —Lo vi irse, soltando un suspiro. Siempre era lo mismo, una vez al año siempre hacia una limpieza de los empleados de nuestro sector para evitar correr el riesgo de alguna denuncia por lo fraudulenta que eran sus actitudes sobre los derechos laborales de los empleados. Yo era la única que había durado más de un año en la empresa, debido a que yo era la guadaña de su matanza de empleados. Agarre todo el papeleo que sería tirado al archivero para desaparecer en la multitud de demás papeles, el buscar esos archivos sería fácil si no los han movido de donde yo los dejé. Así que me encaminé al archivero, mi presencia no extraño a ninguno de los guardias. Ellos sabían que casi siempre a esta hora me tocaba ir al infierno de la editorial Sunday Crazy así que solo me veían con pena. Pero agradecía su pena, eso me hacía saber que si me tardaba no iban a sospechar. Entre al archivero, ante mí habían grandes vitrinas llenas de carpetas y más carpetas de papeles. No entendía como podían haber tantos papeles hasta que recordaba que ellos nunca... Nunca tiraban nada. Tire aquellos papeles en mis manos por ahí, no me interesaban siquiera en donde habían caído. Mire a mi alrededor, no tarde en localizar mis hermosas carpetas de los empleados que estaban a punto de cumplir un año en la editorial así que solo me dispuse a comenzar a buscar en todos los pasillos que podría haber de interés para mí trabajo. Todos los archivos estaban guardados en grandes cajas con su respectivo nombré para clasificarlos, supuestamente para facilitar más la búsqueda en aquel gran lugar. Cualquier novato que entre ahí se perdería, yo no iba más allá del segundo piso subterráneo ya que desconocía lo que podría haber más debajo de ahí, si más papeleo o un sótano lleno de mujeres víctimas de la trata de la editorial. Pero no era algo que quisiera descubrir hoy, así que solo busque entre todas las cajas del año 2026 la noticia de la editorial Strawberry y todo el papeleo de aquel proceso. —Que fastidio. —Me queje, comenzando a dejar en el suelo todas aquellas carpetas que me servían. Eran al menos cuatro, y podría no ser mucho pero por algo se podía comenzar. Después de esas cuatros carpetas seguí buscando, esperando por casualidad encontrar algo de la demanda y la gran deuda aquí. Aunque algo muy dentro de mi me decía que no encontraría eso si no hasta que me atreviera a pisar lo más profundo del infierno de Sunday Crazy. Así que solo me di por vencido cuando no conseguí más nada, y justo antes de salir del lugar tome las carpetas de los empleados en manos y me devolví a mi oficina. —Este año serán muchos despidos por lo que veo, señorita Morana. —Mire a un lado de mi, era el guardia de turno nocturno. —Si... Demasiados. Me llevaré estás carpetas a casa para organizarlas allá, así puedes estar tranquilo. —le dije con una sonrisa, tomando mi bolso y alguna de mis cosas. —Que tenga buena noche. —Buena noche, señorita. —Me despedí del guardia con una sonrisa, tomando mi camino fuera de aquel gran edificio. Ya era de noche, la luna se alzaba con toda su hermosura en el cielo y yo solo podía pensar... En lo agradecida que estoy por esta nueva oportunidad. Así que no me queje como solía hacer cuando salía tarde del trabajo, solo camine danzante de la alegría al pensar en que al menos por ahora todo estaba mejorando. No estaba al tanto de mi alrededor, y mucho menos de la gran camioneta que se estaciono a un lado de mi y me comenzó a llamar tocando la bocina. —... —Camine más rápido, solo ignorando aquella camioneta desconocida la cual seguía tocando la estúpida bocina y siguiéndome a la par. No quería problemas, pero me saco de quicio así que en menos de lo esperado ya me había dado la vuelta y usando mi bolso golpee el capo de aquella camioneta. —¡Anda a tocar bocina a tu madre, hijo de...! —¡Mujer, mi carro! —Se quejo el hombre dentro de la camioneta. —¡Solo súbete! —Pestañee varias veces al reconocer aquella voz. Era el jefe de mi amiga, Atlas. —¿Por qué? —Pregunte confundida. —No gracias, vete a la m****a, por favor. —Ante todo la educación. —Que mujer tan terca y grosera. —Te dije por favor y gracias. —Súbete, te llevaré a casa y me dirás que tanto has avanzado. —Nada, es decir, apenas comienzo. —Hable como algo obvio, no se qué pretende este hombre. —Vete a la-... —Que horrible es ver palabras tan groseras salir de la boca de una mujer. —¿A quien le dices? Por qué yo no pedí tu opinión. —Seguí caminando, sintiendo como la camioneta me seguía a un lado. —Morana, tienes dos opciones. Te subes y me dices en la comodidad de tu hogar tus avances o sigues caminando mientras me dices tus avances. —¿Tratando de manipularme? —Tratando de ayudarte a ti, para que puedas ayudarme a mi. —Bueno, pero quiero que me compres cena. —¿Y la niña no quiere también un helado o algo? —Solté unas cuantas risas al escuchar su voz de fastidio, subiendo a la camioneta. —Que bonito tu cacharro. —Mire a mi alrededor, notando como Atlas estaba muy concentrado manejando así que no le di importancia. Y como buena trabajadora de una editorial, que sabe meterse hasta por debajo de las piedras comencé a ver todo lo que había en el carro. Solo por curiosidad. Además, el chico a mi lado no me decía nada. Encontré varias cosas, perfumes, caramelos de menta del cual me comí uno. Hilo dental, se nota que cuida mucho su dentadura, muy importante. Un par de medias que no quise averiguar si estaban limpias o sucias. Encontré muchos papeles, entre ellos un pasaporte americano y otro Italiano. Su licencia de conducir vencida. Claro, como es militar nadie le dice nada. Suertudo. —Ya deja de manosear mis cosas. —A mandar a tu casa. —Le respondí, fijando mi mirada en un pequeño paquete que había en el compartimiento que estaba revisando. —¿Qué es eso? ¿Un chocolate? ¡Dame! —Agarre el paquetito, mi ignorancia había llegado a niveles inimaginables. Ya que eso no era un chocolate. —Te dije que dejaras mis cosas. —¿XL? Esto te debe quedar grande. —Abrí la ventana de la camioneta, toda digna sin dejarme derrotar. Tirando por ahí el condón. —Dios... ¿Cómo es que Leah te soporta? —Lo mismo me preguntó. —Me tire en el asiento, llena de cansancio. —No sabía que los condones tenían tallas. —Pues ya lo sabes. —¿Sabías que los tampones tienen talla también? —¿Y que usas tu? ¿XL? —Voltee a verlo, completamente indignada por su insinuación. —XL usaba tu mamá. —Lo vi fruncir sus cejas como si mi chiste fuera preocupante para el, yo ya había ganado está batalla y eso estaba claro. Así que orgullosa me regocije en mi asiento, viendo como Atlas me pedía la comida y me llevaba a mi casa tal cual me dijo. Ahora, solo quedaba darle lo que el quería.