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Capítulo 10 — Donde el eco rompe  

NOLAN  

Cierro la puerta de un golpe sin siquiera pensarlo. El ruido resuena demasiado fuerte en el aparcamiento de la base. El asfalto está vacío, frío, impersonal. Tengo las manos temblando alrededor de mi bolsa de vuelo. Los nervios ardiendo.  

M****a.

Ni siquiera sé exactamente de qué estoy huyendo.  

¿De ella?  

¿De mí?  

¿De lo que estábamos a punto de convertirnos?  

¿De lo que soy incapaz de ser para ella?  

¿De lo que ella provoca en mí, este caos, esta intensidad... esta maldita luz en la que me quemo las alas?  

Camino recto, como un autómata. Mi uniforme me aprieta. Mi corazón también. Late. Fuerte. Demasiado fuerte.  

La dejo atrás, otra vez.  

Le doy la espalda.  

Y en mi nuca, aún siento su mirada.  

Como una hoja.  

Como un grito silencioso tatuado en mi piel.  

"Ya te odio."  

Sus palabras me siguen como una sombra.  

Me han atravesado. No porque fueran verdad. Sino porque ella las eligió. Porque las escupió con rabia, con orgullo, con ese dolor que no quería mostrar.  

Quería que doliera.  

Y lo logró.  

Paso los controles. Saludo a los colegas sin realmente verlos. Las miradas se posan sobre mí, respetuosas, atentas. Tengo el rango. La seguridad. La máscara.  

Pero por dentro, estoy hecho un lío.  

Una maldita tormenta.  

Subo a bordo de la cabina.  

El silencio me envuelve de inmediato.  

La cabina me reconoce. Encuentro mis gestos. Las verificaciones. El aliento mecánico de la rutina.  

Pero nada borra a Mila.  

Me acomodo. Abrocho mi cinturón. Despliego las listas de verificación. Mi voz es calmada en el intercomunicador. Profesional. Autoritaria.  

Pero en mi cabeza, es el caos.  

Todo está ahí, dentro, y golpea.  

Una y otra vez.  

Habría explotado, si me hubiera quedado.  

La habría herido aún más. Habría quebrado. La habría tomado en mis brazos. Habría olvidado lo que había que huir.  

Y habría creído, por una noche, que se podía reparar lo que sangra solo con caricias.  

Pero eso no habría reparado nada.  

Solo habría camuflado lo inevitable.  

Porque Mila no es solo una mujer.  

Es un huracán.  

Una marea.  

Una verdad brutal que me arranca las entrañas.  

Y yo, soy un hombre de control.  

Sin abandonos.  

He pasado mi vida construyendo muros, amando a distancia.  

Partiendo antes de que me dejen.  

Pero ella, ha plantado algo en mí que no controlo.  

Una necesidad feroz.  

Una sed que nada apacigua.  

La quiero.  

La quiero en cada ciudad donde aterrizo, en cada despertar brutal, en cada noche sin sueño.  

Quiero su voz, incluso cuando grita.  

Quiero su silencio, incluso cuando me crucifica.  

Y ese es el verdadero peligro.  

Enciendo los motores.  

El ruido es sordo, envolvente.  

Me convierto en lo que siempre he sido: un piloto. Un hombre entre cielo y tierra.  

Y, sin embargo, me siento clavado al suelo por lo que ella me ha dejado.  

Su mirada.  

Su aliento.  

Ese segundo en el que no creía que realmente me iría.  

La vi.  

La vi derrumbarse sin caer.  

Y eso me destruye.  

Debería sentirme aliviado. Orgulloso.  

He huido.  

Antes de que se volviera tóxico.  

Antes de que nos destruyéramos.  

Pero me siento... amputado.  

Extiendo la mano hacia la palanca. El despegue es inminente. La tripulación me hace señas. Todo está listo.  

Pero yo, estoy en otro lugar.  

Pienso en ella.  

En lo que hace surgir en mí.  

En ese miedo incontrolable que me devora.  

Ella me hace vulnerable.  

Me da ganas de ser un hombre que no conozco.  

Un hombre mejor. Más dulce. Menos evasivo.  

Pero tengo miedo.  

M****a, tengo miedo.

Miedo de no saber.  

De arruinarlo todo.  

De ser solo un fragmento, una fractura, un dolor más en su vida.  

Y al mismo tiempo, quiero decírselo.  

Quiero decirle que la amo.  

Incluso si no sé cómo.  

Incluso si me cuesta cada respiración.  

Pero me quedo ahí.  

Derecho, helado. Soy el Comandante Nolan Elven.  

No el hombre que tiembla por una mujer que no puede olvidar.  

Así que tomo los mandos.  

Despego.  

Me arranco de la tierra.  

Me arranco de ella.  

Y en este cielo negro, sobre las nubes, donde nadie me escucha, cierro los ojos un segundo.  

Y rezo.  

Rezo para que me espere un poco más.  

El tiempo que necesite para encontrar el valor.  

O que finalmente encuentre la paz para regresar.  

No con excusas.  

Sino con las ganas de quedarme.  

Para siempre.

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