El avión aterrizó en Boston más rápido de lo que mi ansiedad me permitía procesar. Tenía a Richard dormido en mis brazos, abrazado al peluche que Alice le compró hace cuando lo trajimos a casa. quince días sin verla habían sido una tortura, pero quince días sin que Richard la viera… eso era otra cosa. Ese bebé estaba más enamorado de ella que yo mismo, y eso es decir bastante.
Cuando llegamos a su casa, Richard empezó a balbucear apenas vio la puerta.
—Ya sé, ya sé… ya vamos con mamá —le susurré, aunque aún no sabíamos cómo llamarla frente a él. Pero el niño había decidido por su cuenta.
Alice abrió la puerta y su expresión… Dios. Esa luz en los ojos. Esa emoción pura. Richard la vio, soltó un gritito, se bajó torpemente de mis brazos, cayó al piso de pie, dudó… y entonces ocurrió.
Caminó.
Por primera vez.
Tres pasos tambaleantes.
Directo hacia ella.
—¡Richard! —Alice lloró mientras lo abrazaba, y yo tragué duro, porque sentí que el corazón se me desarmaba.
Y ahí estaba yo, un tipo qu