El camino de regreso a Washington se sintió más corto de lo que realmente fue. Quizá porque venía con el pecho lleno de una mezcla extraña de adrenalina y resignación. Cuando manejaba a casa revisé el mensaje que le había enviado a Isabelle horas antes: “Llegaré tarde, he tenido reuniones. ¿Cuándo regresas?”
Su respuesta llegó fría, exacta, calculada… como siempre.
“Mañana. No hagas nada imprudente.”
No sonreí. Ya nada en mí reaccionaba igual a sus palabras. Ahora que empezaba a recuperar fragmentos de mi vida, cada frase suya tenía doble filo. Maneje directo a mi casa en Georgetown. Al entrar, todo seguía impecable, como si la casa llevara semanas conteniendo la respiración. Fui a la habitación, me cambié de ropa y me miré al espejo.
A veces me preguntaba si el reflejo que veía ahí seguía siendo realmente yo, o el hombre que Isabelle había moldeado durante meses. Me ajusté la chaqueta y tomé aire. A las dos debía estar frente al Capitolio. A encontrarme con el hombre que me aseguró t