La memoria USB pesa en mi mano como si fuera de plomo. Isabelle la sostiene con una expresión neutra, casi tranquila, pero hay algo en sus ojos… algo calculado. Algo que no logro descifrar del todo, aunque mi cuerpo entero me advierte que no es bueno.
—Encontré esto entre tus cosas —dice, entregándome la USB—. Pensé que debías verla.
Mi pulso se acelera.
La conecto a la laptop.
La carpeta se abre.
Y entonces la veo.
Ella.
La mujer de mis sueños, la que me llama en la oscuridad de mis noches sin memoria, la que aparece como un destello roto en mis sueños:
Alice.
Está ahí, en fotos conmigo.
En una estamos riendo.
En otra, ella me abraza por detrás, manchada de pintura.
En otra… yo la miro como si mi mundo fuera ella.
Mi respiración se corta.
—¿Qué… es esto? —pregunto apenas.
Isabelle cruza los brazos, con una calma que me inquieta más que si estuviera gritando.
—Es la razón por la que dejamos Boston —dice—. Tú… me fuiste infiel con esa mujer.
La palabra infiel me cae como una piedra en