El sonido de las voces en la galería se ha vuelto parte de mi rutina. Antes me incomodaba, me hacía sentir que ocupaba un espacio que no era mío. Ahora… simplemente están ahí, como el resto de mi nueva vida. Washington DC puede ser una ciudad fría, pero la galería tiene cierta calidez, como si las paredes quisieran enseñarme algo sobre mí que aún no recuerdo.
—Buenos días, Richard —saluda Hannah mientras ordena unos catálogos. Su voz es suave, eficiente, sin invadir. Quizá por eso confío en ella más que en cualquiera aquí, aunque esa palabra… “confío”… todavía se siente prestada.
—Buenos días, Hannah —respondo, caminando hacia la oficina acristalada.
Ella me sigue con una carpeta en manos.
—Hoy llegan las piezas nuevas de los artistas locales. Y… —hace una pausa, como si midiera sus palabras— La señora Isabelle llamó. Quiere saber si volverás temprano para la cena.
Trago saliva. La “nueva vida” también incluye eso: dar explicaciones que no comprendo.
—Dile que lo intentaré —digo, aunq