Han pasado ocho meses desde que me casé con Isabelle. Ocho meses en los que cada día ha sido una grieta más en mi alma.
No era amor, era una obligación envuelta en culpa y promesas rotas. El bebé… solo el bebé me sostiene. Pero Isabelle hace mucho mostro su verdadero rostro. Su supuesto amor se volvió control, su miedo se volvió locura. Y yo me ahogo en silencio.
Por eso vine a Boston.
No lo planeé del todo. Solo compré el boleto y subí al avión con una excusa en la cabeza: “necesito aire”. Pero en realidad venía por ella. Por Alice.
Supe de su exposición por una nota en una revista de arte. “Alice Miller deslumbra con su nueva colección en la Galería Silverline”.
No pude resistirme.
Ella siempre fue el color en mi vida, la calma después del caos… y aunque la perdí por mis errores, nunca la he dejado de amar.
Entré a la galería, no necesitaba anunciarme.
El lugar estaba lleno de luces tenues, vino tinto y murmullos. Y allí estaba ella. Frente a su obra, con una copa en la mano,