El aire de Nueva York parecía más frío que nunca.
O tal vez era yo la que ya no podía sentir el calor.
Las luces del hospital se desvanecían detrás de mí mientras el auto de mi padre avanzaba por la avenida, y el reflejo de las sirenas se mezclaba con el de los rascacielos. Ethan había querido que me quedara con él, en el penthouse. Me lo pidió tres veces, casi rogando. Pero no podía. No todavía.
Necesitaba espacio. Necesitaba respirar sin que cada respiración doliera.
Mi padre, David, tomaba mi mano. y aunque Tenía el rostro demacrado, los ojos cansados, podia ver la sonrisa más cálida que podía ofrecerme. Cuando llegamos a una nueva casa que el habia adquirido mientras estaba en el hospital, Me abrazó con una ternura que me rompió algo por dentro.
—Ya estás en casa, hija. —susurró, y su voz tembló como si aún no creyera que realmente estuviera viva.
El umbral olía a café recién hecho y a madera nueva. Todas mis cosas seguian igual, Pero en un nuevo escenario, como si el tiempo se