Era temprano en Nueva York y el aire frío de la ciudad me golpeaba como un recordatorio cruel: cada segundo que pasaba sin Alice era un segundo en que podía perderla para siempre. La llamada de Margot me había helado la sangre. Su voz, dulce pero venenosa, me dejó sin aliento: si quería volver a ver a Alice, debía pagar diez millones.
La adrenalina se apoderó de mí. Isabelle estaba a mi lado con gran determinación, no me habia dejado solo ni un instante y la tensión en su mirada era igual a la mía. Elena mi madre no dejaba de pedirle a Dios que cuidara de Alice, David sentia impotencia por no proteger a su hija, al final la maldad de Margot la habia lcanzado, Claire llego esa mañana preocupada por su amiga, Marcus y Arón esperaban instrucciones. No había margen de error. Margot estaba jugando, pero yo iba a ganar.
“Respira, Ethan. Cada segundo cuenta. No puedes perderla ahora.” Me repetia una y otra vez como un mantrax.
Llevaba el dinero con un rastreador, y me aseguré de que la polic