Aquel amanecer tenía un silencio distinto. No el de la paz, sino el que anuncia tormentas.
La noche anterior había sido una mezcla de palabras que dolían y verdades que ninguno quiso decir. Ethan y yo discutimos como dos extraños. Todo por Isabelle.
Esa mujer. Su elegancia calculada, la forma en que pronunciaba su nombre como si tuviera derecho a hacerlo. No soportaba verla rondando cerca de él, ni cómo él la defendía con ese tono sereno que tanto me irritaba.
—No puedo competir con una sombra —le dije antes de darme la vuelta.
—No tienes que hacerlo —respondió—. Isabelle es parte del plan. No hay nada más.
Pero lo había. Lo supe en su mirada. No era amor, pero sí una conexión peligrosa: la que nace entre aliados que comparten un enemigo… y noches sin dormir.
Ethan se acostó sin decir nada más. Yo me quedé en la terraza, pintando. Los trazos salían desordenados, impulsivos, como si mi alma intentara advertirme algo. El color rojo predominaba… una señal que no entendí hasta después.
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