La habitación está en penumbra, solo la lámpara sobre la mesa refleja una luz cálida, como si el mundo entero se redujera a este pequeño espacio donde existimos tú y yo.
Tú en mi vientre, yo en esta cama que me sostiene como si fuera un puente sobre un abismo. Escuchar el cable del suero deslizar gotas es casi un metrónomo que marca la vida, una vida que aún no nace pero que ya pesa más que la mía.
Claire se fue hace un par de horas. Ethan está recostado en el sillón, dormido como un niño —mi gigante, mi león incansable— y yo tengo fuerzas esta noche, fuerzas que quizás mañana no tenga.
Así que decidi escribir a mi bebé.
Tomo el papel, acaricio su borde, y siento que estas hojas pueden ser la caja donde guardo mi alma para ti. Y derramo mi corazón en el.
Mi amor pequeño, mi luz por venir, mi hija…
Aún no puedo verte, pero te siento como si hubieras vivido conmigo desde siempre.
Cada puntada de dolor, cada náusea, cada madrugada con miedo ha válido la pena, porque significa que estás