No sé en qué momento se me ocurrió la idea, solo sé que necesitaba sentirme viva. Bonita. Recordada. Como si el espejo pudiera devolverme por unos minutos a la mujer que fui antes de que la palabra tumor cambiara el color de mis días. Cuando Ethan salió de la habitación para buscar las cosas que le pedí—un pisapapeles, hojas limpias, un bolígrafo azul, los detalles que nadie mira pero que yo anhelaba tocar—sentí que el cuarto se hacía más grande, más silencioso.
Fue entonces que Claire entró.
Venía con una sonrisa suave, pero con esos ojos brillantes que intentan disfrazar el miedo. Como amiga sabe leerme sin palabras, y bastó que me tomara las manos para que yo hablara.
—Claire… quiero que me ayudes —murmuré, y mi voz sonó como una niña pidiendo un milagro—. Quiero estar bonita para Ethan, por favor.
Ella se quedó quieta unos segundos, como quien recibe una petición demasiado delicada para sostenerla con las manos. Entonces asintió.
—Te voy a arreglar como si hoy fueran a tener una ci