El teléfono aún sonaba en mi oído cuando crucé la puerta principal sin entender nada, sin sentir nada. Solo recuerdo el golpe seco del portazo detrás de mí y mi respiración descompasada, brutal, como si mis pulmones hubieran olvidado cómo hacer su trabajo.
—Hospital… —escuché a mi madre gritar detrás de mí— ¡Ethan, ve por tu esposa!
Esa frase me atravesó como un puñal. Mi esposa. Mi Alice.
solo anoche me había dicho te amo con una sonrisa tan tranquila que parecía eterna y ahora corría por ella sin saber siquiera que pasaria.
El auto rugió al arrancar, casi volcando cuando tomé la curva que daba a la carretera principal. No pensaba, no podía. Solo repetía una oración rota que se me atoraba en la boca como vidrio.
Resiste, por favor Alice resiste. Yo me encargo, yo arreglo todo, pero quédate.
Cuando finalmente llegué al hospital, tiré las llaves al suelo sin siquiera darme cuenta. Corrí entre pasillos blancos que parecían interminables, sintiendo cómo la sangre golpeaba mis sienes, có