El sonido de la puerta abriéndose con la llave de repuesto quebró el silencio espeso del estudio.
Estaba sentado en la alfombra, con la espalda encorvada, y el rostro hundido entre mis rodillas. en mi mano derecha sostenía una botella de whisky casi por la mitad, la otra temblaba sobre la alfombra como si buscara algo a qué aferrarme. No lloraba en silencio: mi respiración era un quejido roto, como el de alguien que intenta no ahogarse en su propio dolor.
—Ethan… —la voz de mi madre se quebró al verme—. Hijo, ¿qué pasa?
levante apenas el rostro. Mis ojos estaban enrojecidos, brillantes, como dos cristales a punto de romperse.
—Mamá… —ni siquiera termine. Lo único que hice fue extender una mano hacia ella.
Elena cruzó el estudio sin pensarlo. Y se arrodilló junto a mi, y Yo, como un niño perdido, me deslice hasta sus piernas y apoye la cabeza allí. Ella me apartó el cabello húmedo de sudor y lágrimas, y lloré con fuerza, con rabia, con desesperación.
—Está enferma, mamá… —mi voz