El calendario marcaba quince días para la boda, y aunque Claire caminaba por la casa con una carpeta llena de proveedores, flores y diseños, yo sentía que mi cuerpo se me escapaba entre los dedos. Como si cada paso fuera un pequeño acto de resistencia contra algo que me respiraba muy cerca, algo que ya conocía pero negaba, como si ignorándolo pudiera hacerlo desaparecer.
—Alice, ¿te sientes bien? —preguntó Claire mientras revisaba muestras de manteles que había traído una decoradora.
Me obligué a sonreír, para mantener el disfraz.
—Perfecta. Solo embarazada, ya sabes.
Pero justo en ese momento, un latido fuerte en mi cabeza, como un golpe seco, me sacudió. La habitación se volvió borrosa por un segundo. Solo un segundo. Pero para mí fue eterno.
Me apoyé disimuladamente en la pared y solté una risa suave.
—Creo que mi hija quiere aprender boxeo dentro de mí —dije, tratando de sonar divertida.
Claire frunció el ceño, sospechando. Siempre sospechaba. Siempre veía más allá de mis palabras