Desperté justó al amanecer, emocionada porque ya faltán cinco días para la boda, pero de repente sentí una punzada filosa detrás de los ojos. Era como si un puñal caliente se deslizara lentamente por dentro de mi cráneo, buscando un punto exacto para destruirme. Cerré los ojos otra vez, respiré profundo y traté de relajar la mandíbula, pero la presión no cedió.
“Es solo el estrés”, me repetí. “Es la boda, los preparativos, el embarazo, todo junto.”
Me aferré a esa idea como quien se aferra a la orilla de una piscina para no hundirse.
—¿Otra vez náuseas? —escuché la voz de Ethan desde mi lado de la cama, adormilada, ronca y hermosa.
No me volteé todavía. Tenía miedo de que si me giraba demasiado rápido, el cuarto volviera a girar conmigo.
—Um… sí. —Apreté los labios, fingiendo una sonrisa mientras seguía respirando hondo—. Es normal, amor. El embarazo sigue dándome guerra.
Él deslizó una mano cálida sobre mi espalda y me acarició con ternura, como si supiera que algo pasaba, aunque yo