Allí estaba ella. Victoria, acostada, con el rostro pálido pero aún imponente. Sus ojos estaban cerrados, pero cuando sintió la presencia, los abrió lentamente… y entonces lo vio.
—Hola, Victoria —dijo Santa María con una sonrisa cínica mientras se acercaba al borde de la cama.
El tiempo pareció detenerse. El silencio pesó como una losa.
Victoria lo miró con frialdad, con ese fuego en los ojos que solo el odio verdadero puede encender.
—Santa María… —Dijo su nombre como una maldición.
—Tranquila… solo quería verte. Saber cómo estabas.
—¿Cómo te atreves a venir? —escupió ella con furia, su voz debilitada pero intensa—. Después de todo lo que has hecho para destruir a nuestra familia... ¿cómo te atreves siquiera a respirar el mismo aire que yo?
Santa María dio un paso más cerca, sin perder esa calma que lo hacía tan peligroso.
—No vine a discutir el pasado, Victoria. Solo quería verte... y tal vez cerrar un ciclo.
—¿Cerrar un ciclo? —repitió ella con una amarga carcajada—. ¿Llamas “cicl