Isabela salió del cuarto con pasos suaves, como si temiera perturbar el leve descanso de dña Victoria. Afuera, en el pasillo silencioso del hospital, Leonardo se puso de pie rápidamente y la miró con preocupación en los ojos.
—¿Cómo la ves? ¿Está bien? —preguntó él con un suspiro contenido.
—Sí, Leonardo, tranquilo. Se acaba de quedar dormida. Está más tranquila ahora —respondió Isabela con una pequeña sonrisa para aliviar la tensión.
En ese momento, don Mario se acercó a ellos. Su rostro reflejaba el cansancio de las últimas horas, pero también la calma de quien ha estado al lado de la mujer que ama toda una vida.
—¿Por qué mejor no se van a descansar un poco? —Yo me quedo con tu madre —sugirió con voz firme.
— ¿Estás seguro, papá? Cualquier cosa me llamas, ¿sí?
—Tranquilo, hijo. Vayan. —Yo me encargo de aquí —insistió don Mario con un gesto comprensivo.
Leonardo ascendió. Tomó la mano de Isabela y ambos caminaron por el pasillo rumbo a la salida del hospital. El viento de la noche l