La noche envolvía el apartamento con una calma casi mágica. Las luces tenues reflejaban sombras suaves sobre las paredes, y un ligero aroma a jazmín flotaba en el aire. Isabella y Leonardo estaban en el balcón, donde todo había sido dicho, donde el amor finalmente se había declarado sin miedos ni barreras.Leonardo la miró con adoración. Se inclinó lentamente y depositó un beso suave sobre el cuello de Isabella, apenas un roce, pero lo suficientemente profundo como para hacerla estremecer. Su piel se erizó y una pequeña sonrisa tembló en sus labios.—Te amo, Isabella —susurró él contra su piel—. Y no quiero perderte nunca.Ella cerró los ojos un instante, sintiendo cada palabra vibrar en su cuerpo. Luego lo miró, con dulzura, acariciando su rostro con ambas manos.—Te amo, Leonardo… —dijo con voz suave pero firme—. Estoy dispuesta a todo por ti.Ambos se miraron, sin necesidad de decir nada más. La verdad estaba en sus ojos, en la forma en que sus cuerpos se acercaban, en cómo sus alm
Los pasillos del hospital olían a desinfectante ya incertidumbre. Las luces blancas, frías e impersonales, no lograban opacar la angustia que sentía Leonardo mientras sostenía la mano de Isabela. Ambos estaban sentados en una de las sillas del área de espera, esperando noticias de doña Victoria, la madre de Leonardo. Él mantenía la mirada fija en el suelo, con el ceño fruncido, las piernas inquietas y los dedos entrelazados temblando suavemente.Isabela no dijo nada, solo lo miraba en silencio, sabiendo que, en ese momento, su presencia era el mayor consuelo que podía ofrecer. Apretó su mano con firmeza y apoyó su cabeza sobre el hombro de él. Leonardo cerró los ojos por unos segundos, respirando hondo, dejando que el calor de Isabela lo calmara aunque fuera un poco.En ese instante, la puerta doble del pasillo se abrió y un médico de bata blanca, con un rostro sereno y amable, caminó hacia ellos. Don Mario se levantó rápidamente, al igual que Leonardo e Isabela.—Doctor, ¿cómo está m
Isabela salió del cuarto con pasos suaves, como si temiera perturbar el leve descanso de dña Victoria. Afuera, en el pasillo silencioso del hospital, Leonardo se puso de pie rápidamente y la miró con preocupación en los ojos.—¿Cómo la ves? ¿Está bien? —preguntó él con un suspiro contenido.—Sí, Leonardo, tranquilo. Se acaba de quedar dormida. Está más tranquila ahora —respondió Isabela con una pequeña sonrisa para aliviar la tensión.En ese momento, don Mario se acercó a ellos. Su rostro reflejaba el cansancio de las últimas horas, pero también la calma de quien ha estado al lado de la mujer que ama toda una vida.—¿Por qué mejor no se van a descansar un poco? —Yo me quedo con tu madre —sugirió con voz firme.— ¿Estás seguro, papá? Cualquier cosa me llamas, ¿sí?—Tranquilo, hijo. Vayan. —Yo me encargo de aquí —insistió don Mario con un gesto comprensivo.Leonardo ascendió. Tomó la mano de Isabela y ambos caminaron por el pasillo rumbo a la salida del hospital. El viento de la noche l
Allí estaba ella. Victoria, acostada, con el rostro pálido pero aún imponente. Sus ojos estaban cerrados, pero cuando sintió la presencia, los abrió lentamente… y entonces lo vio.—Hola, Victoria —dijo Santa María con una sonrisa cínica mientras se acercaba al borde de la cama.El tiempo pareció detenerse. El silencio pesó como una losa.Victoria lo miró con frialdad, con ese fuego en los ojos que solo el odio verdadero puede encender.—Santa María… —Dijo su nombre como una maldición.—Tranquila… solo quería verte. Saber cómo estabas.—¿Cómo te atreves a venir? —escupió ella con furia, su voz debilitada pero intensa—. Después de todo lo que has hecho para destruir a nuestra familia... ¿cómo te atreves siquiera a respirar el mismo aire que yo?Santa María dio un paso más cerca, sin perder esa calma que lo hacía tan peligroso.—No vine a discutir el pasado, Victoria. Solo quería verte... y tal vez cerrar un ciclo.—¿Cerrar un ciclo? —repitió ella con una amarga carcajada—. ¿Llamas “cicl
“Obsesión bajo la sombra”Santamaría salió del hospital con el rostro tenso y la mirada perdida en un punto indefinido. Apretó los labios con rabia contenida y caminó con paso firme hasta el auto que lo esperaba a unos metros. El hombre al volante lo recibió con una leve inclinación de cabeza.—¿Nos vamos, señor? —preguntó.—Sí… llévame al club. Necesito despejarme.El vehículo arrancó suavemente, deslizándose por las calles oscuras como un espectro en la noche. Santamaría se acomodó en el asiento trasero, cruzó una pierna sobre la otra y giró la cabeza hacia la ventana. Su reflejo se mezclaba con las luces fugaces de la ciudad. Observó, sin observar. Pensaba, pero no con claridad. Dentro de él, hervía una tormenta de emociones que lo acompañaban desde hace más de dos décadas."Aún te sigo amando…", pensó, "con la misma fuerza con la que te amé la primera vez que te vi." Cerró los ojos, dejando que la imagen de Victoria se materializara en su mente como una llama en la oscuridad. "Mal
"Brindis por la venganza".La noche era espesa y silenciosa, interrumpida solo por las luces tenues del club privado donde las sombras caminaban con traje y perfume caro. Entre esas sombras, Santamaría reposaba en su mesa habitual, con un vaso de whisky entre los dedos y el alma cargada de oscuras intenciones. La música de fondo era suave, casi como un susurro, y su mirada fija en el vaso parecía devorar pensamientos retorcidos.Valeria entró con paso firme. Llevaba un vestido negro ajustado, el cabello suelto y el rostro endurecido por la rabia. Sus ojos buscaron entre las mesas hasta encontrar. Caminó directo hacia él, como si el tiempo y el miedo ya no tuvieran poder sobre ella.—Sabía que te encontraría aquí —dijo, sentándose a su lado sin pedir permiso.Santamaría levantó la vista y le dedicó una sonrisa ladeada.—Y yo sabía que vendrías. Tienes esa mirada... la misma que tenía yo hace años, cuando todo comenzó. Cuéntame, Valeria. ¿Lograste lo que querías con Leonardo?Ella reso
– Sombras en la duchaLas llaves cayeron con un leve tintineo sobre la mesa de la sala. Leonardo cerró la puerta del apartamento con un suspiro cansado, como si se quitara el peso del mundo de los hombros. Su rostro estaba tenso, sus ojos ligeramente enrojecidos por el cansancio y el dolor de cabeza que lo venía acompañando desde hacía horas.Isabela, que lo observaba desde la entrada, se acercó sin decir palabra. Leonardo la tomó suavemente de la mano y la atrajo hacia sí. Sin previo aviso, la besó con ternura, buscando un refugio momentáneo en sus labios.—Sabes… —dijo él al separarse apenas unos centímetros— Me due le mucha la cabeza.—Déjame buscarte algo para el dolor —respondió Isabela con voz suave, acariciando su mejilla—. Ve a ducharte, espérame en el cuarto.—Está bien… —murmuró con una leve sonrisa—. Te espero.Leonardo caminó hacia la habitación, arrastrando un poco los pies por el agotamiento. Cerró la puerta con suavidad, se quitó la ropa con lentitud, como si cada pren
La trampa silenciosaLa noche caía pesada sobre la ciudad, envolviéndola en un velo de neón y secretos. El club privado al que pocos tenían acceso bullía de vida, con luces tenues que titilaban al ritmo de una música envolvente. El ambiente olía a licor caro, perfume importado y decisiones peligrosas. En un rincón reservado, Valeria y Santamaría compartían copas y conspiraciones.Valeria, impecable con un vestido entallado color vino que resaltaba su figura y piel clara, se inclinó hacia Santamaría con una sonrisa traviesa que no escondía su oscuridad.—Necesito de tu ayuda —susurró, jugando con el borde de su copa de vino—. Tengo un plan.Santamaría alzó una ceja, divertida, mientras giraba lentamente el vaso de whisky entre sus dedos.-¡Oh! Eso suena tentador. ¿Y qué quieres ahora, hermosa conspiradora?Valeria se inclinó un poco más, sus ojos brillando con una mezcla de frialdad y determinación.—Necesito un médico. Alguien que convence a Leonardo de que mi embarazo es de alto ries