Leonardo suspir profundamente antes de apartarse de Isabella. Había confesado lo que sentía, había expuesto su corazón, pero aún quedaba una verdad difícil de enfrentar.
Se dejó caer sobre una silla en el balcón, apoyando los codos en sus rodillas, con la mirada perdida en el horizonte. El peso de la noche y del alcohol seguían sobre sus hombros.
Levantó la vista hacia Isabella, quien aún estaba de pie, inmóvil, procesando cada palabra. Sin pensarlo mucho, tomó su mano con suavidad y la atrajo hacia él.
—Siéntete conmigo… —murmuró.
Isabella se dejó guiar y, antes de darse cuenta, estaba sobre sus piernas. Leonardo la rodeó con sus brazos en un abrazo cálido, necesitado, como si al tenerla cerca pudiera encontrar algo de paz.
Ella apoyó sus manos en su pecho, sintiendo su respiración agitada.
—Sabes por qué tomé tanto esta noche? —¿Por qué quería perderme en el alcohol? —susurró contra su cabello.
Isabella cerró los ojos por un segundo. Ya lo presentía, pero necesitaba escucharlo de él