(Alessandro)
Llegué a la fiesta ya arrepentido de haber salido de casa.
Era un mar de gente, luces parpadeando, música a todo volumen. Afuera, un grupo de paparazzi, y solo de ver las cámaras apuntando hacia mí ya me dieron ganas de dar media vuelta. Suspirá, me ajusté el cuello de la chaqueta y entré.
El sitio estaba lleno.
La gente apretada, vasos en la mano, risas altas y ese olor a bebida mezclado con perfumes baratos y caros.
No tardé en ver a Otávio, reclinado en la barra con un vaso de whisky y una sonrisa de quien ya iba por el cuarto o quinto trago.
—¡Eso sí! —abrió los brazos— Pensé que habías desistido, Moratti.
—Casi lo hice —respondí, recostándome junto a él.
—Vamos a desestresarnos. La noche recién empieza y fíjate alrededor… tantas chicas deseando el consuelo de un millonario casi arruinado. —rió de su propia broma.
Rodé los ojos.
—No estoy para mujeres, Otávio. Vine solo para distraerme, en serio.
Él me miró como si le hubiera dicho que me había vuelto monje.
—¿Qué… ni