(Alessandro)
Cerré la puerta de casa con un golpe seco y me quedé apoyado contra ella un instante. Ese silencio me envolvió y, por primera vez en días, sentí el peso de mi propio cuerpo cobrando factura.
Había pasado horas en el hospital, y después más horas con Gabriel hasta que por fin se quedó dormido. Él estaba bien, pero... Dios mío, yo estaba destrozado.
No era solo físico, era todo. La mente, los sentimientos, esa maldita impotencia que me carcomía por dentro.
Subí las escaleras sin encender las luces. Conocía aquel lugar con los ojos cerrados y, en el fondo, creo que necesitaba la penumbra para no enfrentarme al desastre e