(Larissa)
La puerta se abrió suavemente y una mujer alta, delgada, con el pelo recogido en un moño firme, entró en la pequeña recepción.
—¿Larissa? —preguntó, mirándome directamente.
Me levanté, algo dudosa, acomodándome la bolsa en el hombro.
—Sí, soy yo.
Asintió, seria.
—Por favor, sígame.
Miré alrededor. El lugar era extraño. No parecía exactamente un hospital… y ahora que lo pensaba bien, Enzo nunca había dicho que vendría a una clínica. Solo dijo que estaba herido, solo, y que necesitaba que