(Alessandro)
Ya no sentía mis manos. El volante parecía hecho de piedra. Mi corazón latía tan fuerte en el pecho que dolía, un dolor real, sofocante, que atravesaba mi cuerpo como un cuchillo. Cada semáforo, cada curva, cada segundo parecía una eternidad.
Maldición, Larissa... aguanta.
Estaba tan quieta en el asiento trasero. Miraba por el retrovisor a cada segundo, pero no veía ningún movimiento. Ni un gemido. Nada.
Estacioné con prisa en la entrada de emergencias y salté fuera del carro. Fui hasta la puerta trasera y la abrí con fuerza.
El tapizado estaba empapado de rojo. Su sangre.
La sangre de Larissa.
Mis piernas flaquearon por un segundo. Estaba pálida, helada... tan diferente de la mujer llena de vida que conocía. Esa imagen me dio un golpe en el estómago.
—¡Alguien me ayuda, carajo! —grité, mirando alrededor.
La emergencia estaba movida. Gente entrando, gente llorando, empleados corriendo. Un caos.
Una enfermera vino corriendo, miró a Larissa y abrió los ojos como pl