—Desapareciste, Larissa. Nosotros merecíamos al menos un adiós.
Bajé la mirada, avergonzada. Me senté despacio en el sofá, frente a ellos.
—Lo sé. Y no hay excusa lo suficientemente buena para eso... pero necesitaba huir. De lo que Alessandro hizo... del desastre en que se convirtió mi vida. No sabía qué hacer, a dónde correr. Solo... corrí. Me escondí.
Teresa y Lucio se miraron entre sí. Ella puso la mano sobre la de él, como si quisiera calmarlo.
—Él te destruyó, ¿verdad? —preguntó con tristeza—. Lo vimos. Pero nosotros también nos sentimos desechados.
—Lo sé. —mi voz salió baja—. Y lo siento mucho. Debería haberlos buscado. Ustedes siempre me trataron con tanto amor. Pero todo estaba tan... difícil. Y después pasó el tiempo. Y pensé que estarían enojados. Avergonzados.
—¿Avergonzados? ¿De ti? —Teresa frunció el ceño—. ¡La vergüenza es de él! Y de la forma como eligió vivir la vida. Lucio y yo solo sentimos tu falta.
El silencio cayó por un instante. Entonces, como si estuvier