Me senté en un rincón de la recepción, con su bolsa en el regazo y el corazón en la garganta. Ese tipo, ese infeliz... no andaba tras su bolsa, quería matarla. Por eso la apuñaló y dejó la maldita bolsa caída al lado. Respiré hondo, iba a encontrar a ese desgraciado.
El celular de Larissa se había descargado... Alguien ya debía estar buscándola. ¿Deberían saber? ¿Debería avisarle a Diogo?
Solo de pensar en su nombre, mi mandíbula se tensó.
Confiaba en él... confiaba. Pero la forma como se acercaba a ella, como ella sonreía cuando él aparecía... eso me sacaba de quicio. Ya no tenía derecho a sentir celos, pero... carajo, cómo quería ser el primero que ella viera cuando despertara.
Sí, sabía que era puro egoísmo. Pero ya la había perdido una vez, no podía hacerlo de nuevo.
—¿Señor Alessandro Moratti? —la voz grave me arrancó del torbellino.
Me levanté de un salto.
—Soy yo. ¿Cómo está ella?
El médico parecía cansado, la bata manchada de sangre, la mirada abatida. Respiró hondo ant