Mi corazón se disparó. Maldición. ¿Por qué justamente él?
Miré alrededor, el reflejo ya automático de quien sabía el tamaño del problema. Y sí... ¿dónde estaba Chiara? Porque si aparecía ahora...
—Suéltame —pedí bajo, tratando de jalar el brazo, pero él no lo soltó. Al contrario, dio un paso cerca y puso la otra mano en mi cintura.
—Baila conmigo —dijo, la voz baja, el rostro más cerca de lo debido.
—No quiero bailar contigo —respondí firme—. Y quita la mano de encima.
Inclinó el rostro aún más, susurrando cerca de mi oído:
—Es mejor no hacer escena. La gente está mirando. No va a quedar bien causar un escándalo en la fiesta de tu amiguito Diogo.
Suspiré, soltando el aire con rabia contenida. Realmente nos estaban observando. Algunos curiosos, otros solo siguiendo el baile. Si lo empujaba ahí, seguramente se volvería el tema de toda la fiesta.
Tragué saliva, controlando el impulso de golpearle la nariz, y dejé que me condujera de vuelta al medio del salón.
Las luces suaves, el