La mano de Gabriel apretaba la mía con fuerza. Caminaba a mi lado saltando en algunos cuadraditos de la banqueta, como si ese día fuera solo una aventura más cualquiera. Yo, por otro lado, sentía el corazón latir fuerte en el pecho.
Llegamos a la escuela, una casita colorida con el sonido de niños jugando en el fondo. El portón de hierro estaba abierto, y una chica de uniforme azul nos recibió con una sonrisa cálida.
—¡Buenos días! ¿Eres Larissa? ¿La mamá de Gabriel? —preguntó.
Asentí, estrechando su mano.
—Sí. Vine a hablar con el director sobre la matrícula.
—¡Por supuesto! Pueden pasar. Soy Teresa, una de las maestras. Gabriel, ¿quieres ver nuestra ludoteca mientras tu mami conversa un poquito?
Gabriel me miró con los ojos brillando. Sonreí y moví la cabeza.
—Ve, amor. Mami va a estar aquí esperándote.
Salió corriendo detrás de ella y me quedé ahí parada por un segundo, solo observando. Era extraño cómo, aun siendo tan pequeño, parecía tener más valor que yo.
Me llevaron a