Estaba enfocada en el reporte cuando escuché la puerta abrirse despacio. Mis dedos siguieron en el teclado, pero mi corazón dio ese salto automático. Su perfume me llegó antes de que levantara la mirada.
Alessandro.
Cerré los ojos por un segundo, tratando de mantener la concentración, pero su presencia era como una nube pesada extendiéndose por la sala.
—Si es para pelear, puedes dar media vuelta —hablé, sin quitar los ojos de la pantalla—. Tengo mucho trabajo que hacer.
No respondió. Solo escuché el ruido de la silla siendo jalada y, segundos después, su suspiro. Un suspiro cansado. Lento. Casi doloroso.
Me volteé un poco y lo miré de reojo, viéndolo pasarse la mano por el rostro, los ojos hundidos. Parecía... abatido.
Entonces tosió. Una de esas toses secas, roncas. Fruncí el ceño.
—¿Eh, no habías mejorado? —pregunté, más bajo, casi sin querer—. ¿El té no hizo efecto?
No respondió otra vez. Solo se quedó mirándome. Y odio cuando hace eso. Quedarse solo... mirándome, como si e