(Larissa)
El cuarto estaba medio oscuro, solo con la luz de la lámpara en la esquina. Trataba de quitarme los aretes, con todo el cuerpo pidiendo tregua. La cabeza pulsaba, no solo por el cansancio, sino por todo lo que pasó en las últimas horas.
Tiré la bufanda encima del sillón y comencé a abrir los botones de la blusa cuando escuché tres golpecitos en la puerta.
—Puedes entrar —hablé, sin ni tratar de disimular el cansancio en la voz.
Margarida apareció. Siempre tan serena, pero hoy... había algo diferente en su mirada. Traía una bandeja simple en las manos, con una taza de té soltando ese vaporcito caliente y acogedor.
—El señor Alessandro pidió que le trajera esto —dijo, entrando despacio—. Es té de manzanilla... para ayudar a la señora a relajarse un poco.
Me sorprendí. Tomé la taza con cuidado, sintiendo el calor en las manos, y aquello me dio un leve confort.
—Gracias, Margarida... —murmuré, tratando de no dejar que la emoción se transparentara demasiado—. Pensé que esta